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Mostrando entradas de octubre, 2011

Te vi

Estabas como siempre. De pie. con un libro que no leías y quizás escuchando música. Te vi y me viste. Te vi y no quise mirar. Pero no pude evitar pensar en ti, otra vez. Pensar... Un día como este, hace justo un año. Ni más frío ni más calor, pero todo en general mejor. Cómo explicarlo: cómo se siente uno cuando la vida tiene sentido porque se comparte con la mejor persona posible y se ve un futuro mejor todavía. Pues así se presentaba aquella noche en la que quedamos a cenar y todo, al final, salió mal. No te gustó el restaurante, no tenías hambre, no se te veían ganas de hablar, y sólo discutimos, sí, sobre cosas tontas, o tan importantes que al final resultan ridículas en un encuentro íntimo, en una conversación informal. Todo mal, pero yo no lo vi. A veces estoy ciego porque solo veo tus ojos, y nada más. Me gusta oírte, escucharte, mirarte, aunque discutas, aunque en realidad me estés diciendo que no estoy a la altura, que no valgo, que no somos el uno para el otro. Tan ciego

La noche

Son las cuatro de la mañana en Madrid. El insomnio me hace una visita y le correspondo. -¿Qué quieres ahora? -No duermas, piensa, piensa... -Pero estoy agotado -Piensa, piensa -¿Que piense en qué? -Piensa en la noche La noche. Fuera no hay ruidos, quizás algún coche aislado que pasa con prisa por la calle desierta. Mi mente va hasta Uceda, su noche cerrada, un pueblo fantasma a esta hora, los perros que no paran de ladrar, el viento arrastra las hojas y dobla los árboles, las luces apagadas. El reloj de la iglesia da cuatro campanadas. No hay nadie, ni un alma, hasta la salida del pueblo, y más allá, por la Charcuela, el descenso cerrado hasta el río es como la boca del lobo. Hace frío pero algo me empuja a quedarme ahí, plantado, ante la bajada sinuosa. Ahí está. Siempre lo estuve esperando, siempre sospeché que algún día lo vería. Una silueta dobla la última curva y sube, con los hombros cargados, fatigados, hacia el pueblo. Y yo no me puedo mover, casi ni respiro. Apenas lev