Te vi

Estabas como siempre. De pie. con un libro que no leías y quizás escuchando música. Te vi y me viste. Te vi y no quise mirar. Pero no pude evitar pensar en ti, otra vez. Pensar...

Un día como este, hace justo un año. Ni más frío ni más calor, pero todo en general mejor. Cómo explicarlo: cómo se siente uno cuando la vida tiene sentido porque se comparte con la mejor persona posible y se ve un futuro mejor todavía. Pues así se presentaba aquella noche en la que quedamos a cenar y todo, al final, salió mal. No te gustó el restaurante, no tenías hambre, no se te veían ganas de hablar, y sólo discutimos, sí, sobre cosas tontas, o tan importantes que al final resultan ridículas en un encuentro íntimo, en una conversación informal. Todo mal, pero yo no lo vi. A veces estoy ciego porque solo veo tus ojos, y nada más.

Me gusta oírte, escucharte, mirarte, aunque discutas, aunque en realidad me estés diciendo que no estoy a la altura, que no valgo, que no somos el uno para el otro. Tan ciego estoy que no interpreto tus palabras, sólo llegan a mí como una caricia...

Madrid de noche es otra ciudad, la mía en realidad, mi preferida. Calles llenas de misterios, con puertas abiertas a la aventura a cada paso que das, recovecos por donde perderte para reflexionar o para besar. Cada momento esperas encontrarte con personajes como el capitán Alatriste, y lo mejor es que ocurre. La noche de Madrid rezuma de personajes de novela: todos lo somos.

Caminas a mi lado, con cara seria, poca conversación, pero yo sigo ciego... y tan feliz. Tan feliz. Es justo en ese adoquín, en ese tramo de acera, donde recibo la primera puñalada, que me deja primero frío, parado, y luego helado, sin fuerza. Te veo sonreír, mientras introduces un poco más el puñal, y das una vuelta de muñeca que me hace cerrar los ojos. Por un momento he dejado de sentir, solo el vacío dentro de mí, pero me queda aire suficiente para suspirar una pregunta: ¿Por qué?

¿Por qué? No hay ningún porqué, solo queda la herida, profunda, y la sangre que se pierde a raudales y da color a esta noche única de Madrid. Te vas sin mirar atrás, sin reparar siquiera en que por fin, y contra mi voluntad, se me doblan las rodillas y caigo derrotado con estrépito.

Ha pasado un año. La mano se me va a la cicatriz cuando paseo por aquella calle, y piso aquel adoquín, donde la lluvia de los últimos meses no ha borrado aquella mancha espesa. Aún no.

Y ahora te veo ahí, y te noto sonreír de nuevo. Es una sonrisa gélida, o quizás es la noche la que resulta helada. Mi mano vuelve a la cicatriz, y la presiona con fuerza, hasta que se retira húmeda y caliente.

Comentarios

  1. Se queda conmigo esta nada. Allí quedó conmigo un corazón dormido, dejando de latir, intenta seguir... y se apaga (Maldita Nerea)

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Así está el Pontón de la Oliva

Ouija en la casa abandonada (I)

Imágenes del río Jarama desbordado