Nada

No hay nada. Ni siquiera lágrimas. No hay llamadas. No hay mensajes. No hay citas. No hay ilusión. No hay alegría. No hay tristeza. No hay nada.

Ha sido un día frenético de trabajo, uno más. Y que no falte, añade Carlos siempre al final en su pensamiento, mientras se dirige al coche para volver a casa. Su gesto se va relajando: la obra de teatro ha terminado por hoy. Mucha sonrisa, mucha pregunta, mucha respuesta, mucha educación, mucha charla. Pero ya ha caído el telón. Hasta mañana.

Camina solo hacia su coche, con el móvil en la mano. Un móvil muerto, sin sonido, frío. Dejó de sonar hace meses. Lo mira y lo enciende. Son las 22.36. La batería, sin llamadas, aguanta más, comprueba de nuevo. Mira al frente, se niega a bajar la cabeza, y eleva la vista. Hay luna casi llena. "Cómo nos gustaba". Y no piensa más. "Sientes lo que piensas", se repite. Así que no piensa nada. "¿En qué piensas?" "En ti" Y se besaban.

Entra en el coche y enciende la radio. Sin pensar, mientras su mirada se dirige sin querer al móvil muerto. ¿Funcionará? Claro que sí. Hace frío en Madrid, en esta noche del 15 de noviembre. Un frío húmedo, porque ha llovido durante todo el día. Se le quitarían las ganas de ir a tomar una copa, si es que las hubiera tenido antes.

Cuando llega a casa cena cualquier cosa, es decir, leche con cereales, y de postre un poleo. Se queda con hambre, claro, pero le da igual. "Y qué más da". El cinturón ya no tiene más agujeros, pero no le preocupa. Se tira en el sofá, en su lado,  y pone la tele sin volumen, para pensar. Ahora sí, con la defensa baja.

"Si quieres a una persona de verdad, deseas su felicidad, aunque no esté contigo", recuerda que escuchó ayer en algún lugar. Y Carlos la quiere, la quiere de verdad, pero queriéndola se ahoga en la nada. Es su subconsciente el que ha tomado la decisión: tienes que odiarla, para vivir tienes que odiarla. Y lo intenta con toda su alma. Entonces sí, brotan las lágrimas.

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