Ring ring ring

No puedo seguir si me faltas (Maldita Nerea)

Suena el tono de llamada. Una, dos, tres, cuatro veces... Mira el móvil sin demasiada extrañeza. No sabe muy bien por qué, pero se lo imaginaba. Lo sabía desde unas horas antes. Era un presentimiento. Tampoco esta vez hubo respuesta al otro lado del teléfono. Tampoco llegó el final feliz, o más bien ese comienzo esperado con tanto entusiasmo como ingenuidad.

El sentimiento es ya conocido: en un segundo todo deja de importar, y se siente mal. Muy mal. No reacciona ante nada, se le ha quitado el hambre, se agolpan las ganas de llorar, o de gritar, y, sobre todo, teme la noche. Esa oscuridad que se echa encima y lo envuelve sin poder escapar. Ahora se queda él solo con la noche, con el silencio, con sus pensamientos, con sus temores, con su soledad.

Lo primero que se le ocurre es llamar a su mejor amigo: no hay respuesta. Así que opta por otra amiga, pero sólo habla ella para lamentar la vida tan triste que tienen los dos. Cuelga el teléfono con desesperación.

La historia se repite. Hace un mes ocurrió lo mismo. Citas que no cuajan, mensajes que no se responden, desprecio, menosprecio. Y aún antes, la misma película: mañana nos vemos. Y cuando llega el mañana, sólo queda el eco de unas palabras huecas, sin sentido, y el sonido de un timbre de teléfono que se repite: una, dos, tres, cuatro veces... Sin respuesta. Otra vez: una, dos, tres, cuatro... Sin respuesta

El círculo se cierra, y el final se une al principio. Hace justo un año. Esperaba uno de los momentos más felices de su vida. Pero al otro lado del teléfono sólo hubo una voz de acero: "Es mejor que no nos volvamos a ver". ¿Por qué? "Porque es mejor para la dos" ¿Y por qué? "Porque lo es". ¿Pero por qué? "Es mejor así" ¿Por qué? "Para no hacernos más daño" ¿Pero qué daño? "Adiós" Y el mundo se hundió bajo sus pies. O él se hundió en el mundo.

Su mirada ha cambiado. No es sólo ese poso de tristeza que proyectan, quizás ya para siempre, sus ojos. Es ese modo de mirar esperando la siguiente bofetada. Es ese gesto duro preparado para otro golpe, que siempre llega.

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