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Mostrando entradas de abril, 2012

Noche de lluvia

Me quedaré con muchas ganas de verte vacío y sin aliento estaré a punto de encontrarte cuando se acabe el tiempo volveré cuando no quede nadie a ver si están los restos del que fui, pero ese nunca vuelve. Nunca vuelve. Se nos cambia la mirada cada vez que se nos rompe el alma. (Estopa) Noche oscura, triste, húmeda. Como tus ojos. Mirada sin luz, sin brillo, apagada. Siempre con las manos en los bolsillos de la cazadora, caminas por la calle de luz anaranjada de Madrid, fría y solitaria. La lluvia te chorrea por el pelo y te resbala hacia los ojos, hasta mezclarse con esas lágrimas, tibias y reconfortantes, que te hacen compañía una noche más. Es el momento del día en que paras, en que tu cerebro deja de trabajar y se frena en seco después de un ritmo frenético. Y es entonces cuando tu amiga más íntima, la soledad, se pone a tu lado y te sonríe desde su complicidad. La miras a los ojos y te ves reflejado en ellos, sin poder evitar volver a echar de menos lo que fue y un

Atalaya

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Mira, ven conmigo hasta allí arriba, donde la atalaya domina el monte . Atravesamos el campo, ya verde y húmedo por las últimas lluvias de abril, hasta acercamos a ese torreón que se levantó hace siglos, en tiempos de la reconquista, y que se reconstruyó hace tan sólo unos años. Ven, sígueme hasta el pie del torreón, ¿ves cómo se domina el pantano del Atazar desde esta posición? ¿Has visto cómo se ve Somosierra allá a lo lejos? ¿Y aquel pueblo perdido con barquitos de vela en un recodo del embalse? Mira al otro lado, entre esas dos montañas. ¿Lo ves? Allí a lo lejos están las torres de Madrid. Parece mentira, ¿verdad? Cuesta trabajo quitárselas uno de encima. Hay que irse muy lejos para que desaparezcan. Y aquí, por lo que se ve, no estamos tan distanciados. ¿Has visto qué paz se respira desde aquí? Escucha: sólo se oyen los pájaros y el ruido del viento, fantasmal y siempre inquietante, que se pasea por las laderas de esta montaña en la que ahora sólo estamos tú y yo. ¿Qué p

Incienso en Madrid

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Ya huele a incienso en Madrid. Sigues el rastro del olor a Semana Santa, que es el de la llegada de la primavera, a noche de misterio y pasión. Y a la vuelta de la calle te encuentras con Ella, en la recta final, otra vez de recogida. Miras hacia los lados de la calle, entre el gentío, y esperas encontrar un año más a tu padre, con tus hermanos. Siempre estaba allí, serio, creyente, respetuoso, cerca de ti. Nunca faltó su sonrisa, sus palabras de ánimo, de felicitación. Esa sonrisa tan suya, tan cercana, que has heredado como se hereda la sangre o el apellido. Buscas a tu padre con la mirada, porque siempre estaba ahí, junto a Ella, acompañándola hasta el final. A Ella y también a ti. Le gustaba seguir el paso por todo el centro de Madrid, callado, inmerso en sus pensamientos, en sus reflexiones. ¿Qué pensaría? ¿Qué pediría? ¿Qué desearía? Tan concentrado que cuando le hablabas parecía regresar de un mundo lejano, su interior,  y su gesto cambiaba de golpe, de la gravedad a la