Se paró el reloj



Te he buscado en un millón de auroras
Y ninguna me enamora...

(Alejandro Sanz)


El reloj se paró a las seis y diez del día 21 de algún mes. Sería septiembre, octubre, noviembre, diciembre... de hace dos años. El tiempo se paró. Fue como ir corriendo y entrar de golpe en una especie de nube sin dimensiones, sin formas ni fin.

De la noche a la mañana, la aguja dejó de correr. Sencillamente se paró, agotada, después de dar miles de vueltas, a la espera de volver a empezar. Y ahí sigue, en el mismo sitio que cuando dejó de correr. Las seis y diez, de la mañana o de la tarde. Nunca me fijé. Nunca me importó demasiado.

El tiempo paró, pero el sol siguió saliendo cada mañana. Días nuevos para una vida que avanza sin horas, sin ayer, sin mañanas, sin tardes. Y sin ti.

Amanece y el tiempo sigue parado, los días iguales, idénticos unos a otros, haga frío o calor, llueva o haga sol, sea invierno o verano, estemos en Navidad o en Semana Santa, libre o trabaje. 

Esta noche hace frío, un viento helado que deja las calles de Madrid desiertas en este domingo que ya roza el lunes. Vuelvo a casa, tranquilo, sereno, frío... Demasiado frío. Frío y vacío, con vagos recuerdos del aquel tiempo en que mi reloj andaba y me llevaba hasta ti a la hora fijada. 

Ahora mi muñeca está desnuda. Sin tiempo. Sin prisa. Sin pausa. Sin control. Sin futuro. Sin pasado. Sin la hora exacta en la que quedamos por primera vez. Y sin aquel minuto en que me dijiste adiós para siempre y que fue el último que marcó mi reloj.







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