Madrid a dos ruedas

Vista de Madrid desde la Casa de Campo, 15 de marzo de 2015

"... En secreto agradecíamos a los dioses aquel regalo insensato, aquel chapuzón perfecto en alta mar, aquel atardecer rosa, aquellas risas después de una botella de grapa, las payasadas para que las personas que ya nos querían muchísimo, nos quisieran todavía un poquito más."

Milena Busquets, en "También esto pasará"
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Domingo por la mañana, principios de primavera, una bicicleta, amigos y Madrid. Recorrer esta ciudad a dos ruedas es conocerla de nuevo, con unos matices desconocidos, ocultos pese a vivir en ella desde que nací. Era la primera vez que entré en la Casa de Campo en bicicleta, y la primera también que subí hasta el Cerro Garabitas, el segundo punto más alto de este inmenso pulmón verde, a 677 metros de altitud, solo por detrás de la puerta de Somosaguas, a 690 metros, según leo en internet

Desde el Cerro Garabitas tienes Madrid a tus pies, con las cuatro torres como punto de referencia del nuevo siglo, símbolo de esta ciudad que estaba lanzada hacia el futuro, y que puede frenarse ahora de golpe, en un paréntesis provinciano, casposo y populista que amenaza con devolver a la capital de España a la categoría de ciudad de segunda división, donde mucho quisieran verla.

En bicicleta dominas la ciudad, la haces tuya y la disfrutas con más pasión. Madrid Río en bici es una experiencia nueva en esta villa, pero ya imprescindible. Subí por la Cuesta de San Vicente hacia el Palacio Real, y desde ahí fue la calle de Arenas hasta la Puerta de Sol, repleta de turistas, españoles y extranjeros, y madrileños de compras. Bajé por la Carrera de San Jerónimo y crucé Neptuno, lo que supone jugarse la vida si van en bici. Una vez allí en seguida llegué al Retiro, y desde ahí fue un placer llegar hasta mi casa, en Las Rosas, por el carril bici de O'Donnell y después por La Elipa y Moratalaz. 

Madrid todavía tiene que adaptarse mucho más a las bicis, y los madrileños también, sobre todo los conductores. Pero cruzar esta ciudad un domingo por la mañana, con poco tráfico y los ojos muy abiertos, es uno de esos regalos que te ofrece y que no puedes dejar de aceptar. Porque Madrid siempre vale la pena, y en bici, más. 

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