El silencio de la orquesta

Auditorio Nacional, en las Navidades de 2015
"Y cuando todo hubo acabado, el rey y sus súbditos se mondaron de risa"

Haruki Murakami, en "Sauce ciego, mujer dormida"
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El concierto empezó con unos minutos de retraso, pero a él eso le daba igual. Estaba de vacaciones de Navidad y había comprado una entrada por internet para el Auditorio Nacional, esa misma tarde. Necesitaba desconectar, y si era con buena música, mejor que mejor. "Viena en Madrid", se llamaba el atractivo programa que tenía por delante. 

La orquesta empezó fuerte, bajo la batuta del maestro, que ponía el corazón en cada nota, en cada instante. Momentos de plenitud que le transportaron a otra dimensión, la musical, con su universo propio. Una hora después, la orquesta se paró.

Fue solo una pausa, pero se le hizo larga, eterna. El maestro se marchó, los músicos dejaron abandonados todos los instrumentos y salieron, uno detrás de otro. Dejaron el escenario como un bosque de árboles caídos, sin vida, sin sonido. Como el salón de tu casa cuando se van todos tus invitados y solo queda el olor y el calor de la fiesta y de la compañía. 

Entonces pensó que hasta el mejor de los conciertos tiene su descanso. Hasta la felicidad más grande tiene momentos de plenitud, pequeñas pausas, intervalos sin actividad, descansos que sí, se hacen largos, muy largos. Y con paciencia se produce una vuelta al escenario con fuerzas renovadas y esperanzas intactas, porque la Marcha Radetzky todavía tiene que llegar, aunque no esté anunciada. Esa es una de sus gracias.

Él se vio de pronto no en esa Marcha triunfal, sino en el descanso de su concierto. Los instrumentos se callaron, la fiesta se silenció, los músicos se fueron. ¿Volverían? Sentía un vacío en su estómago cuando miraba el escenario, su escenario, silencioso, aún con el sonido de la felicidad retumbando en su conciencia. Notaba vértigo, y solo le salvaba la certeza de que la música volvería, el concierto se reanudaría y las mejores piezas estarían por llegar. 

Y después, cuando este concierto llegara a su fin, celebraría la Marcha Radetzky y, una vez acabado todo, junto a los demás, se mondaría de risa.

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