El sueño de la escalera mecánica


Rayos de sol en lo profundo del bosque, noviembre de 2016

Nuestro cerebro es poderoso, mucho más de lo que algunos podríamos pensar a veces. Es capaz de detectar situaciones que se nos escapan en el nivel superficial de consciencia. El sexto sentido existe. Hace una valoración rápida de personas, hechos, contextos antes de que seamos capaces de racionalizarlos, expresarlos o asumirlos. Y, en ocasiones, traduce en un simple sueño nuestro estado de ánimo, nuestra vida, nuestras circunstancias actuales.

Aquella noche, reciente, dormí de un tirón. Algo raro últimamente, pero así fue. Protegido por el edredón y una manta, caí rendido en cuanto apagué la luz. Descansé con placidez, sin pesares, arropado por la oscuridad y la soledad de mi casa. 

Pero mientras mi cuerpo se relajaba, mi cabeza bullía. De forma inconsciente, involuntaria, no paraba de crear imágenes, situaciones, recuerdos. 

Me vi en el Metro. Estaba abarrotado, como es habitual en las fechas próximas a las Navidades. Debía de ser una estación del centro. La gente caminaba con prisa, subía y bajaba por las escaleras mecánicas como si no hubiera un mañana. 

Yo estaba en medio de la muchedumbre, creo que acababa de salir de un vagón y me dirigía a la calle, porque me veo en una escalera de subida. Cuando aún quedaba un trecho para llegar a la parte de arriba, vi en la escalera de bajada, apenas a un metro y medio de mi, a una amiga muy especial. Nos cruzamos la mirada justo cuando estuvimos a la misma altura, nos saludamos con cara de alegría y de sorpresa. Pero fue un instante, porque en seguida nos distanciamos, uno para arriba, otro para abajo. Nos hicimos gestos de impotencia, y la muchedumbre nos terminó de separar.

Fue un sueño, sin más. ¿Pero por qué mi mente creó esa imagen mientras dormía tan relajado? Lo cierto es que supo traducir en un sueño lo que yo sentía, y quizás no había querido reconocer. 

Curiosamente, unos días antes quedé con mi amiga a tomar unas cervezas. Hacía meses que no nos veíamos, pero sobre todo hacía años que nos habíamos distanciado, por circunstancias de la vida. Era, es, una amiga muy especial, durante años fuimos inseparables, pero el destino nos arrastró por caminos diferentes. El encuentro de las cervezas quizás fue eso, un cruce en unas escaleras mecánicas que nos empujaban hacia lados opuestos. Nos dio tiempo a sonreírnos y a hacer una especie de encogimiento de hombros, como diciendo: "Me alegro de verte, pero no puedo parar, hasta otra..."

Quizás debería parar ahí este comentario. Pero me pregunto por qué no nos bajamos más a menudo de la escalera mecánica en la que estamos siempre subidos, por qué no intentamos ir hacia arriba cuando nos baja, aunque cueste un esfuerzo ir contra corriente  o por qué cuando nos deja en suelo firme no volvemos con rapidez por el camino contrario para ir detrás de lo que no queremos perder. Por qué, en definitiva, nos dejamos llevar por el confort de la escalera mecánica y nos resignamos quietos y parados, mientras vemos pasar de largo lo que realmente nos haría felices.

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