Noche de Reyes


Denia, octubre de 2017
"La existencia humana está sometida a una incesante siembra en la que se dan toda clase de semillas. Semillas efímeras que no pueden agarrar en el alma, porque son vacías o estériles; pero que en el tiempo de la siembra son capaces de engañar con la promesa de un imposible germinar. La mente se convierte así en el cobijo de una sucesiva serie de "jardines de Adonis", cuya única característica común es su efímera realidad. La sucesión de este acoso de semillas sin sustancia produce, a la larga, la aniquilación de ese campo destinado y preparado para el ritmo de las estaciones, para las semillas que germinan y duran"

Emilio Lledó, en el "El surco del tiempo"

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Hace muchos años, en una noche como esta, justo a la misma hora, mi corazón latía a toda velocidad, ya dentro de la cama. La noche más mágica del año había llegado. Por fin. Atrás quedaba una cuenta atrás que se hacía larguísima, y a la vez muy corta, porque transcurría en unas vacaciones navideñas que en casa, junto a mis otros cinco hermanos y mis padres, siempre se vivieron con intensidad.

En la pared junto a mi cama, en la litera de abajo, tenía pegados recortes de revistas de juguetes con los clicks de playmobil que me había pedido a los Reyes. Cuando me acostaba, antes de apagar la luz, me recreaba en cada detalle de ese minimundo casi perfecto creado con esas pequeñas figuritas de juguete. Y cuando me despertaba por la mañana, lo primero que hacía era volver a mirarlo todo y pensar, con regocijo, que ya quedaba un día menos.

Todavía no había salido el sol cuando nos levantábamos con unos nervios tremendos. Durante la noche se habían escuchado extraños ruidos por el salón, y yo cerraba lo ojos con fuerza, no sabría decir si por miedo a que me vieran despierto y me quedara sin regalos o por el susto que me llevaría si me encontrara con los ojos de uno de esos personajes bíblicos.

Levantábamos a mis padres, muertos de sueño, pero también de ilusión, y hacíamos fila tras la puerta cerrada del salón. Y era ese instante, en el que la puerta se abría y las luces se encendían, cuando se ponía al descubierto un paraíso repleto de regalos envueltos, dejados allí por unas Majestades que habían llegado de Oriente en camellos junto a sus pajes para entrar en las casas con unas listas de deseos de los que luego, la verdad, hacían su libre interpretación. Formaba parte del misterio. 

Nunca faltaron nuestros Reyes, los mejores del mundo. Y nunca será suficiente el agradecimiento por tantas noches de ilusión y felicidad. Gracias, gracias y gracias por hacernos creer que la magia existe, y por revivir con nosotros, año a año, el mejor cuento de Navidad, que hacía la vida más bonita todavía.

Hoy, cuando ya han pasado muchos años desde entonces, me queda el recuerdo de esas noches únicas. Mañana, cuando despierte, no habrá nadie que me tire del brazo para que me levante rápido, ni tendré un hermano pequeño que se meta en la cama conmigo, hecho un manojo de nervios. No tendré ningún regalo en el salón, ni mi casa se llenará de gritos de alegría, ni veré a mis padres con esa cara de felicidad por vernos a nosotros felices. No me sentaré en la alfombra para abrir ningún regalo ni miraré de reojo los de mis hermanos. No repartiré besos y abrazos ni iré a comprobar si los Reyes se han comido el turrón que les dejamos. 

Pero esta noche me acordaré, un año más, de mis Reyes Magos, y volveré a darles las gracias. Gracias por haberme hecho tan feliz. 

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