El Pontón

Pontón de la Oliva, 15 de marzo de 2018
Cuando llueve siempre pienso en el Pontón. Es un icono de mi vida. Lo he visto saltar dos veces, y aseguro que la imagen no se olvida jamás. Es espectacular. Hace ya muchos años de la última vez que me quedé sobrecogido cuando llegué a ese rincón mágico de la sierra norte de Madrid y vi cómo rebosaba el agua, que al caer con un grandísimo estruendo buscaba ansiosa el cauce del río en su camino irremediable hacia la confluencia con el Jarama, de ahí al Tajo, y por fin al mar. 

Siempre que puedo me acerco a ver cómo va la cosa, pero lo cierto es que no es sencillo que salte el agua en el Pontón. El entorno me sigue enganchando igual. Es mi tierra. Ahí he crecido, ahí he disfrutado, ahí he vivido. Ahí he querido.

Al otro lado de esta antigua presa, construida en 1857, existe el paraíso. Sobre todo en los meses de primavera, pero en realidad da igual la época del año. Siempre merece la pena. Seguir el curso del río Lozoya, procedente del Atazar, metido entre montañas, es la mejor manera de desconectar de ese otro mundo que apenas está a 60 kilómetros de ahí, y que desde este lugar parece otro planeta de vida extraterrestre. En el Pontón regresas a la naturaleza. La vives. Y te enamoras.

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