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Ring ring ring

No puedo seguir si me faltas (Maldita Nerea) Suena el tono de llamada. Una, dos, tres, cuatro veces... Mira el móvil sin demasiada extrañeza. No sabe muy bien por qué, pero se lo imaginaba. Lo sabía desde unas horas antes. Era un presentimiento. Tampoco esta vez hubo respuesta al otro lado del teléfono. Tampoco llegó el final feliz, o más bien ese comienzo esperado con tanto entusiasmo como ingenuidad. El sentimiento es ya conocido: en un segundo todo deja de importar, y se siente mal. Muy mal. No reacciona ante nada, se le ha quitado el hambre, se agolpan las ganas de llorar, o de gritar, y, sobre todo, teme la noche. Esa oscuridad que se echa encima y lo envuelve sin poder escapar. Ahora se queda él solo con la noche, con el silencio, con sus pensamientos, con sus temores, con su soledad. Lo primero que se le ocurre es llamar a su mejor amigo: no hay respuesta. Así que opta por otra amiga, pero sólo habla ella para lamentar la vida tan triste que tienen los dos. Cuelga el teléf

Nada

No hay nada. Ni siquiera lágrimas. No hay llamadas. No hay mensajes. No hay citas. No hay ilusión. No hay alegría. No hay tristeza. No hay nada. Ha sido un día frenético de trabajo, uno más. Y que no falte, añade Carlos siempre al final en su pensamiento, mientras se dirige al coche para volver a casa. Su gesto se va relajando: la obra de teatro ha terminado por hoy. Mucha sonrisa, mucha pregunta, mucha respuesta, mucha educación, mucha charla. Pero ya ha caído el telón. Hasta mañana. Camina solo hacia su coche, con el móvil en la mano. Un móvil muerto, sin sonido, frío. Dejó de sonar hace meses. Lo mira y lo enciende. Son las 22.36. La batería, sin llamadas, aguanta más, comprueba de nuevo. Mira al frente, se niega a bajar la cabeza, y eleva la vista. Hay luna casi llena. "Cómo nos gustaba". Y no piensa más. "Sientes lo que piensas", se repite. Así que no piensa nada. "¿En qué piensas?" "En ti" Y se besaban. Entra en el coche y enciende la

Te vi

Estabas como siempre. De pie. con un libro que no leías y quizás escuchando música. Te vi y me viste. Te vi y no quise mirar. Pero no pude evitar pensar en ti, otra vez. Pensar... Un día como este, hace justo un año. Ni más frío ni más calor, pero todo en general mejor. Cómo explicarlo: cómo se siente uno cuando la vida tiene sentido porque se comparte con la mejor persona posible y se ve un futuro mejor todavía. Pues así se presentaba aquella noche en la que quedamos a cenar y todo, al final, salió mal. No te gustó el restaurante, no tenías hambre, no se te veían ganas de hablar, y sólo discutimos, sí, sobre cosas tontas, o tan importantes que al final resultan ridículas en un encuentro íntimo, en una conversación informal. Todo mal, pero yo no lo vi. A veces estoy ciego porque solo veo tus ojos, y nada más. Me gusta oírte, escucharte, mirarte, aunque discutas, aunque en realidad me estés diciendo que no estoy a la altura, que no valgo, que no somos el uno para el otro. Tan ciego

La noche

Son las cuatro de la mañana en Madrid. El insomnio me hace una visita y le correspondo. -¿Qué quieres ahora? -No duermas, piensa, piensa... -Pero estoy agotado -Piensa, piensa -¿Que piense en qué? -Piensa en la noche La noche. Fuera no hay ruidos, quizás algún coche aislado que pasa con prisa por la calle desierta. Mi mente va hasta Uceda, su noche cerrada, un pueblo fantasma a esta hora, los perros que no paran de ladrar, el viento arrastra las hojas y dobla los árboles, las luces apagadas. El reloj de la iglesia da cuatro campanadas. No hay nadie, ni un alma, hasta la salida del pueblo, y más allá, por la Charcuela, el descenso cerrado hasta el río es como la boca del lobo. Hace frío pero algo me empuja a quedarme ahí, plantado, ante la bajada sinuosa. Ahí está. Siempre lo estuve esperando, siempre sospeché que algún día lo vería. Una silueta dobla la última curva y sube, con los hombros cargados, fatigados, hacia el pueblo. Y yo no me puedo mover, casi ni respiro. Apenas lev