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Mostrando entradas de julio, 2012

Beso en la noche

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Te miré y me miraste. Con esos ojos en los que cabe el mundo entero. La vida, mi vida, reflejada en ellos. Es mirarte y zambullirme en otro universo donde solo estamos los dos, tú y yo. Nadie más. Te miro, me miras y ya solo existes tú. Tú y yo. Ajenos a lo que nos rodea, a las ruidosas personas que pasean a estas horas de la noche en nuestro parque antes de que echen el cierre. Tu beso es dulce como la nata. El tiempo se ha parado a nuestro alrededor, como si nos hubiéramos bajado de un tren en marcha y dijéramos adiós a la máquina enloquecida que se aleja a toda velocidad. La noche se nos ha detenido en este beso largo, infinito, sin principio ni final. Un beso que da sentido a la vida y que te hace olvidar hasta tu nombre. Embrujados por una noche de verano sin luna, pero repleta de estrellas, descansamos a la sombra nocturna de unos olivos, sobre la hierba húmeda. Tumbado en la ladera busco en el cielo estrellado la osa mayor y el carro, como he hecho todas las noches de mi

Vivir para soñar

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Esta noche también ha soñado con él, ha vuelto a verlo, a abrazarlo, a pedirle que no se vuelva a marchar, que no la deje sola más. Hace más de un año que él, su compañero de viaje durante más de 40 años, su media naranja, su cuerpo y su alma, su pensamiento y su vida entera , se marchó. Fue un sábado de mayo, hace hoy catorce meses menos cinco días. Desde aquella mañana en que dejó un suspiro en el aire y abandonó esta vida, ella nunca ha dejado de soñar con él. Ni una sola noche. - Esta noche le he vuelto a ver, tan real, hasta podía tocarle. Mi madre se emociona cada vez que me cuenta sus sueños. Yo le pregunto por la mañana, porque luego se le olvidan los detalles. Solo recuerda que anoche también estuvo con él. Así que, mientras desayuno un café con pastas de colores, a una hora nada temprana, aprovecho que se ha sentado conmigo a la mesa y le pido que me cuente cómo y dónde vio a papá esta noche pasada. - Le vi como te veo a ti ahora. Yo estaba paseando por Salamanca. No

Siempre quise ir a L. A.

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Siempre quise ir a L.A. dejar un día esta ciudad. Cruzar el mar en tu compañía. Pero ya hace tiempo que me has dejado, y probablemente me habrás olvidado. No sé qué aventuras correré sin ti. Y ahora estoy aquí sentado en un viejo Cadillac de segunda mano junto al Mervellé, a mis pies mi ciudad y hace un momento que me ha dejado, aquí en la ladera del Tibidabo, la última rubia que vino a probar el asiento de atrás. Quizás el "martini" me ha hecho recordar nena, ¿por qué no volviste a llamar? Creí que podía olvidarte sin más y aún a ratos, ya ves. Y al irse la rubia me he sentido extraño, me he quedado solo, fumando un cigarro, quizás he pensado, nostalgia de ti y desde esta curva donde estoy parado me he sorprendido mirando a tu barrio, y me han atrapado luces de ciudad. El amanecer me sorprenderá dormido, borracho en el Cadillac, junto a las palmeras luce solitario y dice la gente que ahora eres formal y yo a

Río seco

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Un día de verano, el río se secó . Fue un año especialmente duro por la sequía, y el agua se agotó. Como si una noche dejara de haber estrellas en el cielo. Esa fue la sensación. Ver un cauce de polvo y piedras te producía un ahogo inmediato, como si contuvieras la respiración y permanecieras así eternamente, sin reaccionar. Todo perdía su sentido alrededor de ese camino sediento por el que siempre corría el agua sin demasiada prisa. El puente que cruza el río ahora seco desentona como un antiguo guerrero fuera del campo de batalla, mucho después de haber acabado la guerra. Se siente perdido, confundido, buscando otra vez su lugar en el mundo. La mirada expectante que siempre, siempre busca la corriente cuando cruza el río se transforma en decepción y sorpresa en una décima de segundo en cuanto comprueba con estupor que no queda ni gota de agua. Como el niño que entra en una pastelería y descubre que está vacía , o que los pasteles han sido sustituidos por verduras. Las piedr

Noche de vuvuzelas

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El Metro es una fiesta . En cada estación suben decenas de jóvenes con la camiseta de España, envueltos en la bandera nacional, algunos con vuvuzelas que hacen sonar hasta la asfixia. Los pasajeros que solo vuelven a casa, o que descansan en el asiento con cara de cansancio, miran con curiosidad, o con temor, a los aficionados que, por una extraña conexión de espíritus, se han puesto a saltar todos a la vez mientras golpean con sus manos el techo de los vagones. Son materiales resistentes, por lo que se ve. "¡Yo soy español, español, español...!" , claman. O también algo más clásico como: "¡Un bote, dos botes, italiano el que no bote!" Y todos se ponen a botar en el tembloroso vagón. Los italianos, convertidos en circunstancial enemigo, por enfrentarse a España en la final de la Eurocopa, y resultar derrotados por un sonrojante 4-0. En Madrid, ni en España, nadie odia a los italianos. Suena absurdo. Pero esta noche de explosión patriótico-futbolística son al