Luna llena

Anochecer del 21 de agosto de 2013, Uceda


La puesta de sol coincide con la salida de la Luna. Una Luna llena, plena, perfecta. Son las nueve y cuarto de la noche. El campo se cubre de sombras y dice adiós a uno de los días más calurosos del año. En un abrir y cerrar de ojos, sobre el monte asoma media Luna, de un naranja enrojecido. Aparece majestuosa, grandiosa, imponente, tras unos árboles que son los primeros en verla cada noche.

Después de una salida casi atropellada detrás del monte, parece frenarse en su carrera nocturna en la que cruzará este cielo estrellado y dará luz de plata a los campos de Uceda, a esta ermita de San Roque que soporta el paso de los años, de las décadas, quizás de los siglos, como prueba de lo que permanece inmutable en medio del caos, del cambio, de la transformación, de la crisis...

La Luna arde en su ascenso sobre la meseta castellana en este mes de agosto que por momentos resulta infernal. Allí, en la dehesa, iluminará a los jabalíes que aprovechan la oscuridad para campar a sus anchas, y ahora andan confundidos entre la noche y el día.

Unas pequeñas nubes salen a su paso, como los súbditos que saludan a su reina. La acarician durante unos minutos, parecen abrazarla entre jirones, y luego la dejan marchar en su paseo nocturno que durará horas. En su trayecto, la reina de la noche hipnotizará a hombres y mujeres con su foco de paz, y enamorará a ese toro bravo que saldrá de la manada para mirar a su amada.

Es una Luna que enamora, hecha para los enamorados, para cogerse de la mano y contemplarla casi sin respirar, antes del beso perfecto, infinito. Es una noche para jurarse amor eterno, para amarse en el campo hasta el amanecer y despertar a tu lado con el rocío de la madrugada.


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