¿Madrid... o Moscú?

Anochecer, 17 de agosto de 2013

Desde la barra del bar, dos chicos le miraron fijamente, serios, repentinamente quietos, y siguieron sus pasos según se dirigía a la entrada del supermercado. Él les sostuvo la mirada. "Me conocerán de algo, quizás. ¿De mi trabajo? Puede ser...", pensaba mientras avanzaba y comprobaba que no le quitaban la vista de encima, sobre todo uno de ellos, el de la camiseta roja.

Ya dentro, la curiosidad le pudo y se giró para ver si le seguían con la mirada. Efectivamente, a través de las personas y de los stands de productos pudo ver que al menos el de la camiseta roja le observaba. Después del mes que había pasado, protagonista sin quererlo en muchos medios de comunicación, le extrañó lo justo. Se quedó mirándolos también unos instantes, sin que ninguno apartara la mirada.

Continuó haciendo su compra en un supermercado casi vacío, en mitad del puente de mediados de agosto. Debía de ser el día de los solteros, o de los Rodríguez, porque se cruzó con dos o tres chicos, bien vestidos, ninguno con carro, durante la media hora que estuvo haciendo acopio de existencias para las próximas semanas. 

Al pagar en una caja, coincidió curiosamente al lado con uno de esos "rodríguez" con los que se había cruzado media docena de veces, aunque solo llevaba un pequeño frasco: esa había sido toda su compra. 

Al terminar de pagar, con el carro bien lleno de bolsas y botellas de leche, se dirigió hacia la barra del bar, camino de la salida, y allí seguían sus observadores, mirándole de nuevo con fijeza, casi obsesión. Siguió su camino y se paró ante el escaparate de una tienda deportiva. Por el cristal pudo ver que venían detrás de él, y se sentaban en un banco cercano.

De camino hacia el aparcamiento, pasó por su lado, les miró y se encontró de nuevo con la mirada fija, detenida, seria, fría del que llevaba camiseta roja. Siguió empujando el carro y notó que le seguían. Justo antes de entrar en la zona de aparcamiento, alguien le llamó: "¡Caballero!"

Se giró y se encontró a los dos de la barra del bar, más los otros dos supuestos "rodríguez" que le habían "acompañado" durante sus compras, mostrándole placas de policía. "Policía judicial", le precisó uno después. Le rodearon, dos a cada lado, y le pidieron que se identificara.

Él les pidió el número de placa. De mala gana, se lo dio el que llevaba la voz cantante, después de mostrarle su placa una vez más en un visto y no visto. "¿A qué viene esto?", preguntó él. "Hacemos nuestro trabajo", contestó uno. "No me cuenten historias, que soy periodista y sé de qué va esto. Tienen que tener un motivo". En cuanto dijo esto se arrepintió. "Por parecido a un sospechoso", explicó el jefecillo. Más tarde diría que era por "prevención de la delincuencia".

Sacó su DNI, con cierta torpeza por la situación de nerviosismo. Uno de ellos, el más chulo, empezó a provocarle: "¿Periodista? Y qué pasa, que son como Dios, ¿no? Que lo saben todo... ¿Y nos va a sacar en titulares mañana? Eh, a ver, diga. ¿Nos va a sacar en titulares? ¿Qué va a decir? Estoy deseando verlo mañana"

Él callaba ante la provocación, y el otro continuaba: "¿En qué periódico trabaja? Seguro que en El Mundo. Trabaja en El Mundo, a qué sí..." "¿Y a usted qué le importa?", contestó él. "¿Qué va a publicar? Quiero ver los titulares... Es usted el que ha dicho su profesión, para qué, para decirnos que va a publicarlo..."

"Qué pesado eres, tío...", dice él en un momento de cansancio. El otro levanta el dedo: "¡No falte al respeto! ¡Trátenos de usted! ¡Y como vuelva a dirigirse a nosotros como tío, colega o algo parecido, le llevamos a comisaría!"

"Es que tampoco entiendo tanto nerviosismo. Estamos haciendo nuestro trabajo, y usted tiene sus derechos, pero también sus obligaciones", empieza a decir el jefecillo. "No me cuente historias, por favor...", dice él. "¡Como nos vuelva a faltar al respeto vamos directamente a comisaría! ¡Nos lo ha faltado dos veces, a la tercera vamos allí!"

Entretanto, el de la camiseta roja, que se había llevado el DNI para hacer las comprobaciones oportunas, lo trae de vuelta y él lo guarda en la cartera. Vuelve a empujar su carro, y cuando ha dado tres pasos el jefecillo le grita: "¡Dónde va! ¿Le hemos dado permiso para que se vaya? ¡No hemos terminado! Se podrá ir cuando se lo digamos. Y posiblemente encuentre una denuncia en su buzón por falta de respeto a la autoridad. ¡Ahora puede irse!"

Sin decir nada, volvió a empujar su carro y fue hasta su coche. Cuando acabó de descargarlo todo, cerró el portón y a unos 20 metros vio al de la camiseta roja que se agachaba detrás de otro coche para no ser visto. Sin dar crédito a todo lo sucedido, subió a su coche y fue hasta su casa para beber un buen vaso de agua fría.

PD: ¿Estos hechos reales han pasado en Madrid... o en Moscú?

Comentarios

Entradas populares de este blog

Así está el Pontón de la Oliva

Ouija en la casa abandonada (I)

Imágenes del río Jarama desbordado