Pensamientos desde las alturas

Guatemala, 8 de marzo de 2015
"Lo había hecho por la mejor razón del mundo. Por amor"

"Hay un largo, largo camino que serpentea"

John Boyne, en "Quedaos en la trinchera y luego corred"
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Desde la ventanilla del avión apenas se distingue el océano Atlántico del cielo azul, casi sin nubes. Solo una bruma difusa marca la diferencia en el horizonte. El océano brilla bajo el sol de primera hora de la tarde. Son unas once horas de vuelo a plena luz del día, contra las agujas del reloj, es decir, un pequeño suplicio de aburrimiento. Leo, escucho música, vuelvo a leer, como, leo más, sigo comiendo, tomo de nuevo un libro, doy una cabezadita... El tiempo pasa despacio, y la mente, que es libre y autónoma, se pone a dar vueltas, empieza a pensar, a recordar, a sentir. 

Hay quien dice que el tiempo lo cura todo. No lo creo. El tiempo lo que hace es ir colocando las piezas, hasta que encajan. Cada una en su lugar, en el momento preciso. Con el tiempo, todo parece encajar, como si formáramos parte de un plan superior, divino, que desconocemos por completo, y que solo podemos observar, y comprender, cuando se mira ya desde la distancia. El futuro, sin embargo, es una incógnita inaccesible, y el presente, una pura confusión con tantas piezas sueltas sin explicación. El tiempo responde siempre a tus preguntas, las que te agobian y te acosan en el presente convulso. Pero lo hace cuando llega el momento exacto, ni un minuto antes.

De pronto, un día tu mente se mueve a su aire, sin agobios, sin presiones, sin bridas, examina el camino recorrido y va juntando las piezas del puzzle sin que te des cuenta, hasta que todo adquiere sentido. Mis piezas encajaron en el aire, sobre el océano azul, en un cielo sin apenas nubes ni turbulencias. En un vuelo sereno, largo y tranquilo.

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