Volver a Moraira

Moraira, agosto de 2015

"Amar una cara es amar un alma"

Antonio Muñoz Molina, en "Como la sombra que se va"
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Volví a Moraira. Un año después, otro agosto, ahí estaba, en el último rincón de España que me ha conquistado para siempre. Fue llegar a la cumbre del sol y ver el cielo azulísimo unido al Mediterráneo y pensar de nuevo que algo de mí se ha quedado ahí plantado, con raíces profundas, algo que me tira con fuerza y me llama para que acuda puntual. Y ahora que estoy, respiro. Aspiro este aire como si quisiera llevarme el paisaje entero a Madrid.

Volví a la Cala de Moraig, volví a bajar la fuerte pendiente, y a subirla, volví a sentir la fuerza de esta costa rocosa, con sus acantilados que desafían a todo y a todos. Volví a zambullirme en esta playa de piedras y azul marino, playa severa, que sigue allí intacta un año después, como si hubiera estado esperándome desde la última vez que nos vimos.

Volví al Portet, a tomar una cerveza bien fría a medio metro del mar, con el Peñón de Ifach al fondo, en una mañana radiante en la que el sol brilla con fuerza en el agua y la atraviesa hasta llegar al fondo de arena. 

Volví a la playa de la Ampolla, a buscar unos centímetros donde colocar la toalla y tenderme, bien untado en crema solar, para sentir eso que solo se siente aquí, la paz absoluta en una mañana de agosto calentada por el sol y mecida por los sonidos de la costa.

Volví a cenar junto a las olas del mar, a disfrutar cada segundo de esos momentos en los que, sin darme cuenta, tengo el privilegio de ser feliz. 

Volví a una parte de mi vida que desde hace años transcurre ahí, como un paréntesis de buenas noticias, y que quiero que siga ahí. 

Volví a Moraira, sí. Pero no volví a ese rincón donde solo caben dos personas y desde donde se tiene, y se siente, la mejor vista para soñar despierto. A ese mirador en las alturas, a ese escondrijo de sueños compartidos, a ese pequeño templo descubierto años atrás, a ese ya no volví.


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