Atardecer de domingo

Cielo de Uceda

Son las seis y media de la tarde de este último domingo de enero. La noche cae con rapidez sobre Uceda, mientras los postreros rayos del sol iluminan de rojo el horizonte de la sierra de Guadarrama. Es una puesta de sol para compartir, para comentar, para besar. El beso retiene el tiempo cuando se nos escapa entre las manos, y convierte el momento en algo único y eterno. Lo pienso, mientras veo apagarse la luz de fuego, como si de una última bocanada de llamas se tratara antes de que llegue la oscuridad y el frío.

Un rato antes paseaba por las calles del pueblo cuando escuché un par de frases sueltas de una conversación entre vecinos. Me gustaría apuntar todas esas palabras que, sin contexto, sin un antes ni un después, escucho en la calle cuando me cruzo con alguien. Son tres, cuatro, cinco palabras que de pronto llegan hasta mí, y que a veces podrían dar para escribir hasta una novela. Bastan esas tres, cuatro o cinco palabras, escuchadas al azar, para imaginar una vida entera.

Pues bien, apareció ante mi una de esas vecinas de toda la vida. Ya era mayor, al menos desde mi punto de vista, cuando yo era un crío. Y ahora lo sigue siendo. La miro y me parece que no ha cambiado en 30 o 35 años. Entre otras cosas, sigue hablando a gritos, una costumbre por lo visto ancestral en el pueblo. Es la misma voz, la misma, que hace tres décadas. 

La vecina de todas la vida fue a saludar a otro vecino de toda la vida, con una pierna sobre una silla. La escena se produjo a unos diez metros delante de mí, y pude escuchar lo suficiente hasta que pasé de largo y los dejé atrás, muy a mi pesar.

-¡¡¡Eh!!! ¡Digo quién será este hombre que se ha sentado ahí! ¡Pero qué bien te veo ya!

El hombre masculla un comentario que no consigo escuchar. 

- ¡¡¡Haces bien!!! ¡Tienes que salir y caminar! ¡¡¡¡Pero no por la fuente!!! (Bajando la voz) Ahí se junta lo peor por las noches. Es peligroso... Todo lo malo se junta ahí... ¡No vayas!

Obviamente, el comentario captó mi atención. ¿La fuente peligrosa? ¿Lo malo se junta ahí? Había pasado cerca de ese lugar unos días antes, y lo único que vi es un campo dejado de la mano de Dios, con unos perros sueltos y un olor a oveja insoportable. Pero nada más. En ese mismo instante decidí que tenía que volver, de día y de noche, y comprobar si aquella vecina de toda la vida decía la verdad. Tenía que descubrir si aquella fuente que forma parte de mi paisaje infantil y juvenil ahora es, en realidad, un foco del mal.

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