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Mostrando entradas de mayo, 2012

Miradas de Zanzíbar

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Un día coges un avión, vuelas ocho horas y aterrizas en otro mundo. Ocurrió en el verano de 2005 , cuando hicimos las maletas, buscamos una isla en el mapa, cerquita del continente africano, y allá que nos fuimos en un vuelo directo. Desde el aeropuerto nos llevaron en un autobús desvencijado hasta el hotel, construido por y para turistas europeos. Aquello era el paraíso... en medio de la pobreza. O eso pensaba yo los primeros días. Desde la ventana del autobús observaba con cara de espanto la forma de vida que tenía aquella gente que recorría a pie todos los días kilómetros y kilómetros por la misma carretera que nosotros, con riesgo evidente para su vida. Junto al camino miraba las viviendas, pobres, cochambrosas, rodeadas de basura. De vez en cuando se veía un televisor en el exterior, y decenas de personas a su alrededor. El hotel era como un oasis en aquel desierto tercermundista. Una mañana hicimos una excursión por el interior de la isla , y el espectáculo fue más impre

Hoy sería tu cumpleaños

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Hoy sería tu cumpleaños, papá. Como ya no puedo felicitarte por teléfono, ni puedo verte en casa a la hora de comer, ni puedo darte un beso y un abrazo en persona, ni puedo sentarme contigo en el salón para hablar de nuestras cosas y comentar juntos lo mal que va España mientras vemos el telediario, he decidido que lo mejor que puedo hacer es escribir... Y recordarte. Recordar el ejemplo que me diste siempre, en todo. Quizás no te dabas cuenta, o sí, pero desde pequeñito yo tomaba buena nota de todo lo que decías, de todo lo que hacías. Como cuando nos contabas tus aventuras en barco por los mares de todo el mundo , cómo te enfrentabas a situaciones y peligros que a mí me parecían insalvables, imposibles. Y yo veía cómo superabas los problemas con una integridad y una fortaleza física y moral a prueba de todo. Recordar cómo te gustaba el mar. Cómo conseguiste que a nosotros, que somos más de tierra que el asfalto, nos llegase a conquistar también. El mar Cantábrico, tu prefer

La casa del río

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Era una noche de verano , de esas en las que el calor no te deja en paz y solo quieres beber, empaparte de agua a todas horas. El bochorno nos echó de casa y se te ocurrió bajar al río, a pesar de la hora intempestiva, próxima a la medianoche. Y uno, que se apunta a un bombardeo, dijo que sí con entusiasmo infantil. "¡Pero vamos en bici, no en coche!" En cuanto dejamos la última calle del pueblo y tomamos el camino que se precipitaba hacia el río la oscuridad nos engulló. Era una noche sin luna, así que la única claridad que nos quedó fue la que llegaba aún de las farolas cercanas y el brillo de las estrellas, que nunca faltaba en el campo. Fue separarnos 20 metros de las últimas viviendas y la temperatura bajó tres o cuatro grados. El frescor del agua corriendo nos despertó en el acto. Seguimos por el camino hasta adentrarnos en el bosque que nos llevaba a nuestro recodo preferido del río, allí donde la corriente tomaba más fuerza y nos regalaba uno de los sonidos más

Anochece sobre San Francisco

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Cenamos en Sausalito , en un restaurante con vistas privilegiadas a la Bahía de San Francisco . Entre plato y plato vimos atardecer. Hay veces que eres inmensamente feliz y no te das cuenta. Y lo peor de todo, no se lo haces saber a la persona que está siempre a tu lado, pendiente de ti precisamente para que lo seas. Lo percibes después, cuando ha pasado el tiempo y miras para atrás. Entonces comprendes que aquella tarde rozaste el cielo. Sí. Estuviste muy cerca. Y no lo supiste ver ni disfrutar lo suficiente. Estábamos los dos, saboreando la cena, el momento, el paisaje, la compañía. Sin hablar demasiado, porque a menudo nos sobraban las palabras. No nos hacían falta en momentos como ese, en el que las sensaciones piden silencio y concentración para notarlas en la piel, verlas, olerlas... El atardecer dio paso al anochecer sobre la Bahía , un lugar con un encanto especial, que te enamora en cuanto lo miras un minuto seguido. Entonces quieres vivir allí, no marcharte nunca de a

Rumbo a la libertad

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Cuanto más se acerca a la línea del horizonte, el sol cae con más rapidez. En poco segundos parece hundirse en el Mar Mediterráneo, dejando detrás una ancha estela de fuego que hace arder las nubes que acompañan al astro rey en su crepúsculo. El mar se lo traga con glotonería y exhibe una digestión de colores y melancolía. El espectáculo es hipnotizador, sobrecogedor. Alberto lo observa desde una roca, en una de las puntas de la isla adonde llegó hace apenas un par de días. De pronto siente una tiritona. El calor se ha ido con el último rayo de sol, pero él se resiste a marcharse y permanece allí sentado, con la vista fija en el punto exacto donde acaba de desaparecer la estrella un día más. El mismo ritual se repite desde hace millones de años, y sólo eso permite sobrevivir a la impresión de ver apagarse la luz: la certeza de que habrá un mañana y aquel cuerpo celeste volverá a salir por el otro lado de la isla. La vida continúa, piensa con alivio. Alberto tiene la mirada clava

Resistiré

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Cuando pierda todas las partidas cuando duerma con la soledad cuando se me cierren las salidas y la noche no me deje en paz. Cuando sienta miedo del silencio cuando cueste mantenerse en pie cuando se rebelen los recuerdos y me pongan contra la pared. ¡Resistiré! Erguido frente a todo Me volveré de hierro para endurecer la piel y aunque los vientos de la vida soplen fuerte soy como el junco que se dobla pero siempre sigue en pie. ¡Resistiré! Para seguir viviendo Soportaré los golpes y jamás me rendiré y aunque los sueños se me rompan en pedazos ¡Resistiré! ¡Resistiré! Cuando el mundo pierda toda magia cuando mi enemigo sea yo cuando me apuñale la nostalgia y no reconozca ni mi voz cuando me amenace la locura cuando en mi moneda salga cruz cuando el diablo pase la factura o si alguna vez me faltas tú. ¡Resistiré! Erguido frente a todo Me volveré de hierro para endurecer la piel y aunque los vientos de la vida soplen fuerte soy como el junco qu