Rumbo a la libertad


Cuanto más se acerca a la línea del horizonte, el sol cae con más rapidez. En poco segundos parece hundirse en el Mar Mediterráneo, dejando detrás una ancha estela de fuego que hace arder las nubes que acompañan al astro rey en su crepúsculo. El mar se lo traga con glotonería y exhibe una digestión de colores y melancolía.

El espectáculo es hipnotizador, sobrecogedor. Alberto lo observa desde una roca, en una de las puntas de la isla adonde llegó hace apenas un par de días. De pronto siente una tiritona. El calor se ha ido con el último rayo de sol, pero él se resiste a marcharse y permanece allí sentado, con la vista fija en el punto exacto donde acaba de desaparecer la estrella un día más. El mismo ritual se repite desde hace millones de años, y sólo eso permite sobrevivir a la impresión de ver apagarse la luz: la certeza de que habrá un mañana y aquel cuerpo celeste volverá a salir por el otro lado de la isla. La vida continúa, piensa con alivio.

Alberto tiene la mirada clavada en la última línea del mar, fuego sobre el agua. Lo tiene todo preparado para zarpar en unos días. No fue una decisión difícil. Más bien fue impulsiva, pero le llenó de satisfacción en cuanto la hizo suya. Vendió la casa, dejó el trabajo, hizo la maleta y se marchó a la isla. Así, todo en dos meses. Se llevó lo puesto: hombre de poco equipaje y menos lastres, sin cargas de ningún tipo. En el bolsillo, su tarjeta, el pasaporte y dinero en efectivo.

Se alojó en un modesto hostal, hasta que cerrara los últimos flecos de su aventura. O mejor habría que llamarlo su osadía. Alquiló un pequeño barco de vela, que sabía manejar gracias a sus muchos años de experiencia en el mar, con su padre como maestro e instigador. Y ahora sólo le faltaba saber qué rumbo tomaba.

En realidad le daba igual. Sólo quería zarpar, irse, sin mirar atrás, hasta donde le llevara el corazón. O el ánimo. Mientras observaba a lo lejos las llamas crepusculares decidió que saldría al día siguiente, sin esperar un día más. Partiría desde el otro lado de la isla, con el sol naciente, y solo miraría al horizonte, sin destino fijo, ni meta señalada. Con el viento como único compañero de viaje. Y con el mar como único hogar. Rumbo a la libertad. A su libertad.



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