Anochece sobre San Francisco



Cenamos en Sausalito, en un restaurante con vistas privilegiadas a la Bahía de San Francisco. Entre plato y plato vimos atardecer. Hay veces que eres inmensamente feliz y no te das cuenta. Y lo peor de todo, no se lo haces saber a la persona que está siempre a tu lado, pendiente de ti precisamente para que lo seas. Lo percibes después, cuando ha pasado el tiempo y miras para atrás. Entonces comprendes que aquella tarde rozaste el cielo. Sí. Estuviste muy cerca. Y no lo supiste ver ni disfrutar lo suficiente.

Estábamos los dos, saboreando la cena, el momento, el paisaje, la compañía. Sin hablar demasiado, porque a menudo nos sobraban las palabras. No nos hacían falta en momentos como ese, en el que las sensaciones piden silencio y concentración para notarlas en la piel, verlas, olerlas...

El atardecer dio paso al anochecer sobre la Bahía, un lugar con un encanto especial, que te enamora en cuanto lo miras un minuto seguido. Entonces quieres vivir allí, no marcharte nunca de aquel lugar privilegiado, con una belleza tan insoportable que hasta la tierra tiembla con fuerza cuando ya no puede más.

Estabas a mi lado cuando, ya fuera, sobre unas rocas, miramos hacia San Francisco, esa ciudad que nos conquistó por completo a los dos. Con el crepúsculo se encendieron todas las luces de la ciudad y sus rascacielos brillaron sobre el cielo oscurecido. La piel de gallina se me pone de pensarlo, pero en el corazón, como dice la canción.

San Francisco brillaba en el anochecer sobre el agua cada vez más oscura de su Bahía. Hasta Sausalito llegaba su fuerza, su energía, sus ganas de vivir y de disfrutar. Me habría quedado allí toda la vida, sin apartar la vista, a tu lado, siempre a tu lado. Hasta empaparme como una esponja de aquella sensación que sólo ahora descubro que era, ni más ni menos, que felicidad. En estado puro.

Ahora que ha pasado el tiempo, me viene a la cabeza la misma imagen, la misma situación, y no puedo dejar de sentir una nostalgia que me acorrala hasta no dejarme respirar. Y entonces sé que quiero regresar, quiero volver a cenar en Sausalito, y quiero ver de nuevo cómo cae la noche sobre San Francisco. Contigo, sin decirnos palabras, pero tocando juntos el cielo.


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