Cita a ciegas




(Aclaración: la primera persona utilizada no implica que el autor sea el protagonista, ni mucho menos que lo narrado sea verídico)

Llovía con ganas en Madrid, pero no me importaba. Me negué a coger un paraguas y me lancé a la aventura, con la vaga esperanza de que cuando saliera del Metro, al llegar a mi destino, hubiera escampado. Como si viajara a otra ciudad, cuando en realidad sólo iba siete paradas más allá. En cada estación, la entrada de pasajeros con la ropa empapada iba destruyendo mi optimismo sobre el tiempo. Me consolé: la lluvia da buena suerte, dicen. En realidad los supersticiosos se refieren a las bodas, pero me valía igual.

El Retiro siempre me ha fascinado por la noche. Tiene un extraño poder de atracción que me arrastra a su interior, aunque al final siempre gana mi desconfianza y me planto en su puerta mirando hacia la negrura que se pierde allá a lo lejos. Me digo, una vez más, que me encantaría pasar una noche en el Parque, cuando cierren todas las puertas. Vivir la experiencia, y luego contarla. No tardo en encontrar una excusa para aplazar mi ocurrencia a otro momento. Otra vez será. Sí camino por el perímetro exterior, colindante con la calle de Alcalá, para ir hacia mi destino, la Plaza de la Independencia.

Una cita a ciegas siempre tiene su punto de angustia. Te dan ganas de salir corriendo hasta el último segundo previo al encontronazo, más que encuentro, sin mirar atrás. Y en una noche como esa, bajo una lluvia torrencial, más. Pero al mismo tiempo hay algo que te atrapa, cierto interés por descubrir algo fuera de lo común. Alguien especial. Y por eso aguantas el agua, la ansiedad y los nervios, mientras maquinas en la cabeza un plan B, por si hay que huir con más o menos disimulo. "¡Estáis hechos el uno para el otro!", me animó Inma, la amiga común que nunca falta en este tipo de locuras. Y ahí estaba, después de dar largas varias semanas.

Mientras daba vueltas a mi plan B, llegué a mi destino. Es entonces cuando miras a todo el mundo que te rodea, intentando descifrar quién será y rezando para que no sea quien se acaba de cruzar en tu ángulo de mirada y que, realmente, te invita a salir despavorido. Siempre puedo decir que mi hermano, o mi madre, se han quedado sin llaves de casa y me están esperando. Vale, es un plan B bastante rupestre, pero no se me ocurre otro mejor.

El teléfono móvil sirve para la localización. Una llamada y tres segundos después se ha producido la esperada presentación. Me quedo con el plan A. Era como esperaba. Como el tiempo no acompaña, empezamos a tomar un café en un bar cercano, donde ya es posible hacer un análisis más minucioso de lo que hay. Y sigo con mi plan A. Es decir, no necesito ninguna vía de escape.

Fueron veinte minutos agradables, al menos por mi parte. Pregunté, pregunté y pregunté... Mi acompañante contestaba sonriente a todas mis preguntas, y de vez en cuando me devolvía alguna. Hasta que pareció recibir un mensaje en el móvil (digo que pareció porque no sonó, o al menos no lo oí), y puso cara de circunstancias.

- ¡Vaya...! Es mi hermana, que se ha dejado las llaves de casa y está tirada en la calle. No sabes cuánto lo siento, pero voy a tener que ir a llevarle las mías...

Su plan B (¡también tenía un plan B!) se activó en un santiamén. Fue un despedida rápida. Cuando me quedé solo, otra vez solo, miré hacia la puerta del Retiro, oscura como la boca del lobo: "¿Será ésta la noche para meterme dentro?"

Comentarios

Entradas populares de este blog

Así está el Pontón de la Oliva

Ouija en la casa abandonada (I)

Imágenes del río Jarama desbordado