Noche de claro de luna


Si la cabeza no para de girar
si sientes que la fuerza se te va
y siempre tienes gana de escapar, de escapar
anímate a crecer en la vida
en esta vida que te ha tocao
reinvéntate y siente la alegría
de los que están a tu lao
levántate sin echar cuenta de las veces que has tropezao

(Chambao)


Es enero y la playa está vacía. Solo estamos tú y yo, sentados en la arena, comiéndonos con los ojos esta puesta de sol que nos regala el final del día. Las olas llegan pausadas, con tranquilidad, hasta la orilla. Apenas se envalentonan al romper, mientras reflejan en su espuma la luz crepuscular. Es como si todo se hubiera puesto de acuerdo para crear este anochecer de melancolía y paz. 


Si pudiera quedarme siempre aquí, si pudiera al menos llevarme un trocito de este mar Mediterráneo que parece arder, si pudiera volver a ti cada día, a esta misma hora, para vivir juntos ese momento siempre misterioso que da paso a la noche cerrada, si pudiera oler la brisa del mar cuando más lejos estoy de él, si pudiera, en fin, formar parte de este paisaje de paz y serenidad y lanzar mis problemas al fondo del mar con una piedra atada a ellos... Si pudiera hacer todo eso entonces volvería a nacer.


La noche en seguida nos atrapa en esta playa de invierno desierta. La arena se ha vuelta fría, nada que ver con el fuego que desprenderá unos meses después, cuando se cubra por completo de toallas, tumbonas y sombrillas y la parte que quede al descubierto se vengue de los invasores quemándoles los pies. Pero ahora no hay nadie, solo tú y yo, sentados, tiritando ya por el frío y la humedad que empieza a hacer sus estragos. 


Las luces titilan en la línea de la costa, como farolillos de vida frente a la negrura del mar. Cuando la oscuridad se hace más espesa asoma por el horizonte una línea blanca, redondeada. Es la hora de la Luna, que parecía estar esperando a que el Sol se marchara definitivamente para ser ella la dueña y señora de la tierra y del mar. En unos segundos asoma ya en toda su plenitud, llena de plata que desborda sobre el mar, nuestro mar. 


El claro de luna traza un camino brillante desde el confín del mar hasta la orilla donde seguimos nosotros cada vez más juntos. A lo lejos un barquito pesquero se queda plantado en medio de esa franja lunar, mecido por unas olas tranquilas y regulares. La luna sigue ascendiendo como si tuviera prisa por llega a lo más alto, para luego decir adiós y caer en picado tras haber inundado este trozo de tierra y mar de su poción mágica y secreta. 


La luz que refleja el satélite llega hasta nosotros y nos baña de arriba abajo. Tu piel se ha vuelto plateada y tus ojos resplandecen como este trocito de mar sobre el que se derrama el claro de luna. No lo pensamos dos veces. El mar nos llama y la luna, también. Nos quitamos la ropa, nos olvidamos de este frío húmedo que nos llega hasta los huesos, y nos zambullimos entre las olas de plata.






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