Por qué no



And in the naked light I saw
Ten thousand people, maybe more.
People talking without speaking,
People hearing without listening,
People writing songs that voices never share
And no one dare
Disturb the sound of silence.
(The Sound of Silence)


Siempre que paso por aquella calle me acuerdo de ti. Creo que lo seguiré haciendo mientras viva, no hay remedio. La diferencia es que antes, según me acercaba a la zona cero, apretaba los dientes, y ahora me sale una extraña sonrisa, algo forzada, que dura hasta que me reflejo en un cristal y compruebo que los ojos, la mirada, me delatan. Vale, me ha vuelto a doler, lo reconozco. Pero un poquito menos que la última vez…

Da igual. Tu recuerdo me dura quince segundos. En cuanto llego a la Gran Vía tomo una buena bocanada de aire contaminado y me quedo como nuevo. Ya ha pasado la medianoche y me dirijo a mi cobijo de la noche madrileña, el antro donde los problemas no existen y sólo vale sonreír, esta vez de verdad, sin pasado ni futuro. El bar de la música eterna, donde siempre suenan las mismas canciones y siempre triunfan, pase lo que pase. El garito donde todos somos amigos y no está permitido el mal rollo. La cueva donde las miradas lo dicen todo, la guarida de los que buscan algo, aunque no sepan el qué, el hogar de los que solo quieren tomar una cerveza y pasárselo bien. Un oasis de felicidad en medio de esta crisis miserable.

Una pesada puerta da más misterio al templo de la noche, donde los noctámbulos rezan a la vida hasta el amanecer. Nada más entrar desciendes por unas escaleras y solo cuando llegas al último escalón y levantas la mirada ves con cierto pavor que decenas de ojos se han posado en ti. Escudriñan al recién llegado. Es un chequeo completo y entonces puedes hacer dos cosas: dar media vuelta sin que se note demasiado o seguir hacia delante. Hago lo segundo, mientras trato de no mirar a nadie en concreto, lo que no es nada fácil, porque está lleno.

Por fin consigo llegar al final del bar y tomo posesión de la esquina de la barra. Solo me falta plantar una bandera para dar por conquistado mi rinconcito preferido. Con la primera cerveza en la mano ya estoy en paz conmigo mismo y con el mundo entero. Solo existe el ahora y el aquí. Suena la música que me gusta y casi sin pensarlo me pongo a cantar, a coro con todos los que están ahí.

Aquí no se habla de recesión, de prima de riesgo ni de deuda soberana. Aquí nadie debate si España ha sido rescatada o solo "ayudada". Las tribulaciones se han quedado fuera, escaleras arriba. Aquí, como mucho, se retuercen palabras de amor, se mira la vida pasar y se grita ¡cómo pudiste hacerme esto a mí! En este escondite uno es eternamente inocente y sueña con la persona que le hará volar, "como el águila que vuela en libertad, sobre el valle lejos de la tempestad, como el viento cuando cruza la ciudad, con el rumbo fijo y sin mirar atrás".

No sé qué me da este bar, que, como dice la canción, me hace volar. "Como una montaña se vuelve volcán". No, no sé qué me da, pero la semana cambia de color y por primera vez en varios días he vuelto a sonreír. La pregunta se va abriendo paso hasta que sale sola: "¿Por qué no?" Miro a mi alrededor y repito: ¿¡Por qué no!?




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