El novio de la muerte



En esta Semana Santa pasada por agua, en la que no ha salido la procesión de Los Estudiantes en Madrid, mi procesión, pero tampoco otras muchas a lo largo y ancho de España, sí ha brillado una vez más en Málaga la Legión, con el traslado hasta su trono del Cristo de la Buena Muerte, el Cristo de Mena.

Y he recordado, con un nudo en la garganta y en el alma, esa "Semana Santa", única e irrepetible, en el verano madrileño de 2011. Un año de difíciles recuerdos, en los que fue una excepción esa noche de agosto repleta de procesiones en el centro de Madrid. Y en concreto se me quedó grabada para siempre la del Cristo custodiado por los caballeros legionarios. 

Acompañé a la Legión, como muchos otros madrileños, durante toda la madrugada por la Calle de Alcalá, Puerta del Sol, calle del Arenal y Bailén hasta el Palacio Real, mientras cantaban a pleno pulmón, ellos y nosotros, ese himno que te hiela la sangre: "El novio de la muerte".

Acabé cantando a gritos junto a los legionarios y decenas de madrileños una y otra vez la misma letra, con los pelos de punta y lágrimas en los ojos.

Y ahora, en Viernes Santo, un año y medio después, cuando estoy a punto de tener unos días de descanso, he visto las imágenes del Cristo de la Buena Muerte y no puedo dejar de tararear el himno de la Legión, mientras la emoción vuelve a invadirme, el corazón se me encoge y los ojos se enrojecen sin control.

El Novio de la Muerte

Nadie en el Tercio sabía 
quién era aquel legionario 
tan audaz y temerario 
que a la Legión se alistó. 

Nadie sabía su historia, 
más la Legión suponía 
que un gran dolor le mordía 
como un lobo, el corazón. 

Más si alguno quien era le preguntaba 
con dolor y rudeza le contestaba: 

Soy un hombre a quien la suerte 
hirió con zarpa de fiera; 
soy un novio de la muerte 
que va a unirse en lazo fuerte 
con tal leal compañera. 

Cuando más rudo era el fuego 
y la pelea más fiera 
defendiendo su Bandera 
el legionario avanzó. 

Y sin temer al empuje 
del enemigo exaltado, 
supo morir como un bravo 
y la enseña rescató. 

Y al regar con su sangre la tierra ardiente, 
murmuró el legionario con voz doliente: 

Soy un hombre a quien la suerte 
hirió con zarpa de fiera; 
soy un novio de la muerte 
que va a unirse en lazo fuerte 
con tal leal compañera. 

Cuando, al fin le recogieron, 
entre su pecho encontraron 
una carta y un retrato 
de una divina mujer. 

Y aquella carta decía: 
'...si algún día Dios te llama 
para mi un puesto reclama 
que buscarte pronto iré'. 

Y en el último beso que le enviaba 
su postrer despedida le consagraba. 

Por ir a tu lado a verte 
mi más leal compañera, 
me hice novio de la muerte, 
la estreché con lazo fuerte 
y su amor fue mi ¡Bandera!



Cristo de Mena, madrugada del 20 de agosto de 2011, centro de Madrid

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