Ouija en la casa abandonada (I)

Casa abandonada junto al pantano del Atazar, 20 de febrero de 2014

"Nuestros verdaderos terrores son el eco de los pasos que resuenan en los corredores de nuestra mente, y la ansiedad, las angustiosas visiones que suscitan"

Truman Capote, en "Música para camaleones"
..................................

Advertencia: Esta historia está basada en supuestos hechos reales, contados por una persona que conoce a sus protagonistas y vivió parte de lo que se narra aquí. Obviamente, el nombre de los personajes y el lugar de los hechos han sido modificados en este relato. 

Todo empezó como un juego. El padre de Cristina le trajo de Estados Unidos una tabla ouija, como algo pintoresco y curioso, y ella, tras mirarla por delante y por detrás, la guardó en el armario sin saber muy bien qué hacer con ella. Hasta que unos días después le habló de ella a su mejor amiga, Claudia. Y a partir de ese momento la ouija formó parte de sus conversaciones y tentaciones.

Una noche de invierno especialmente lluviosa, Cristina y Claudia se quedaron solas en casa y, empujadas por el aburrimiento, sacaron del armario la misteriosa tabla. Encendieron velas, apagaron las luces y se sentaron en el suelo, una enfrente de otra. Claudia estaba muy segura de lo que quería hacer: invocar a su exnovio, muerto de  varios balazos un par de años antes, sin que aún se supiera nada sobre el autor, o autores, y el móvil del asesinato. 

Empezaron por hacer las preguntas protocolarias, para familiarizarse con la ouija: qué tiempo hace, en qué mes estamos, dónde vivimos... Por supuesto, no hubo respuesta, pero siguieron haciendo preguntas con respuestas obvias. Y en un momento dado, Claudia llamó a su exnovio. "Antonio, ¿estás ahí?" Silencio absoluto. "Antonio, ¿estás ahí?" Más silencio. Dejaron pasar unos segundos que se hicieron eternos. "Antonio, si estás ahí da una señal..." Silencio... Las dos miraban la tabla con cierto escepticismo, hasta que de pronto vieron cómo había respuesta: fue un "sí" escueto, pero suficiente para que se les pusiera el pelo de punta.

Cristina se asustó, pero no se atrevió a moverse. Claudia empezó a hacer preguntas: "¿Dónde estás? Antonio, ¿quién ordenó matarte? ¿Por qué?" Ante su sorpresa, había respuestas, lentas, pero nítidas. "Estoy lejos y cerca... Fue mi madre... Mi madre pagó para que me mataran... Quería cobrar un seguro..."

Cristina estaba aterrorizada y Claudia empezó a sollozar de manera desconsolada. "¡Déjalo ya!", le imploraba su amiga. "¡Vámonos!" Pero olvidaban que cuando se pide algo a alguien que habla desde el más allá a través de la ouija, siempre exige un favor a cambio. La información no es gratis. Claudia quería despedirse y justo cuando lo hacía, desde el más allá le llegó esta respuesta: "Tenéis que ir a la casa abandonada que está junto al pantano del Atazar, mañana a las 12 de la noche..."

Cuando acabó el "juego", Claudia tenía un ataque de nervios, no podía dejar de llorar y gritar, y Cristina estaba demasiado asustada para consolarla. Pero cuando se calmaron, decidieron que tenían que ir a la casa abandonada, que conocían bien porque antes, cuando todos eran felices, era un lugar fijo para las excursiones de los fines de semana. Hacía más de dos años que no pisaban por allí, pero irían para no dejar el diabólico "juego" a medias.


Comentarios

Entradas populares de este blog

Así está el Pontón de la Oliva

Imágenes del río Jarama desbordado