El buen leñador

Pantano del Atazar, 1 de julio de 2014

"Escarmentar es bueno. Te vuelves prudente. Y entonces ya no te haces daño nunca más. Un buen leñador tiene una sola cicatriz, ni una más, ni una menos. Una sola, ¿entiendes?

Haruki Murakami, en "El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas"

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La noche nos llevó a abrir una botella de cava. El verano estaba llegando a Madrid despacio, prudente, como pidiendo permiso antes de entrar de golpe en nuestras casas y hacerse dueño de nuestras vidas. Eran las cinco de una madrugada suave, agradable, tranquila. Esa hora en la que la ciudad descansa como un guerrero tras la batalla, y recupera fuerzas y energías antes de volver al ataque unas horas después.

Era un cava rosado, muy frío, que esperaba en la nevera desde Navidad para ser abierto en una ocasión especial. Y aquella lo era. Parecía el principio de la mejor historia. Preparé dos copas y descorché la botella con seguridad. Dejé volar el corcho, mientras la espuma empezó a salir por el cuello de la botella. Es el sonido de la felicidad, pero también de la esperanza y de los buenos deseos que todos tenemos en la cabeza y en el corazón, y que en ese momento son como las burbujas de ese cava, pura excitación. 

Te di una copa con aquella poción mágica y tomé otra. Nos miramos a los ojos y brindé: "Por nosotros. Y por ti. Para que elijas bien el camino". Nuestras copas chocaron. "No siempre se puede elegir, ni bien ni mal, no se puede", contestaste después.

Es cierto. No siempre se puede elegir. Pero muchas veces, sí. Y al día siguiente elegiste. Veinticuatro horas después del brindis tomaste una vía que me dejaba atrás. En la nevera quedaba algo de cava del día anterior, aún con burbujas de esperanzas y deseos en su interior. Me llené una copa y volví a brindar, por ti y por mí, y por nuestros caminos separados. 

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