Timo en Milán

Milán, Piazza del Duomo, octubre de 2014
Nunca había estado en Milán y aterricé en el aeropuerto de Linate con la ilusión que se tiene ante lo desconocido. Con los ojos bien abiertos subí a un taxi ansioso por llegar al hotel cuanto antes y zambullirme en la ciudad, pero me encontré con una desagradable bienvenida: un timo nada más llegar.

Milán tiene dos aeropuertos: Linate y Malpensa. El primero es más antiguo, pero está prácticamente incrustado a la ciudad. El segundo se encuentra lejos, a una hora en taxi si hay suerte; si te encuentras con tráfico, el trayecto puede alargarse una hora y media. Afortunadamente, aterrizamos en Linate, "muy cerca del hotel", según me dijeron. Apenas unos minutos, una carrera corta en taxi...

Los cinco que viajamos en el mismo avión nos dividimos en dos taxis. Subí con dos colegas a uno de ellos y le dimos la dirección del hotel. El taxista arrancó y pronto nos advirtió de que el centro estaba cortado "porque había venido Obama", algo que nosotros sabíamos que no era cierto, pero como sí estaban allí Merkel, Hollande y el resto de líderes europeos, y como tampoco sabemos italiano como para mantener una conversación y menos para discutir, lo dejamos estar.

El taxi empezó su largo viaje hacia el hotel. Entró en una autopista, salió de ella para entrar en otra... Más tarde volvió a tomar otra diferente, esta vez con peaje, mientras el taxímetro corría y corría: 20, 30, 40 euros...

Cuando íbamos por los 50 euros se lo advertí a mis compañeros: nos está dando vueltas. Por fin entró en el casco de la ciudad, donde sí había policía, y advertencias de tráfico restringido en parte del centro, pero las calles que llevaban al hotel no parecían tener el más mínimo problema. El taxímetro marcaba 65 euros... "Son cinco más por el peaje", se atrevió a decir todavía el conductor, a quien no le debió de parecer suficiente el sablazo que nos acababa de meter. Al final, 70 euros en un trayecto que hizo durante casi una hora, cuando en realidad puede hacerse en menos de diez minutos.

A la puerta del hotel esperaban los otros dos colegas, fumando tranquilamente un cigarro. "¡Por fin!", dijeron. No solo habían llegado hacía mucho rato, sino que habían pasado por el hotel de uno de ellos, habían hecho los registros correspondientes, tomaron las habitaciones, se asearon y nos esperaron con paciencia. "¿Pero cuánto os ha costado a vosotros el taxi?", preguntamos. Nos enseñó el recibo: "15,60 euros", y eso, comentó con guasa, que hemos pasado antes por el otro hotel. Cuando me volví para decir cuatro cosas al timador, aunque no me entendiera, este había desaparecido.

Lo peor es que estos sinvergüenzas están por todo el mundo. También en Madrid, sí, se aprovechan de los extranjeros incautos que llegan con sus maletas a Barajas y no conocen la metrópoli. Es la mejor manera de hacer antipática una ciudad desde el primer día que la pisas. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Así está el Pontón de la Oliva

Ouija en la casa abandonada (I)

Imágenes del río Jarama desbordado