Noche de Brujas

Brujas (Bélgica), 23 de octubre de 2014
"El hombre es tan solo una extensión del espíritu del lugar"

"Somos hijos de nuestro paisaje; nos dicta nuestra conducta e incluso nuestros pensamientos en la medida en que armonizamos con él"

Lawrence Durrell, en "Justine"
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A una hora de tren desde Bruselas llegamos a Brujas, una ciudad encantada en el corazón de Bélgica y de Europa, con un aire medieval que ha sobrevivido a lo largo de los siglos gracias al "olvido" del que disfrutó durante mucho tiempo. A nadie extrañaría que al llegar a la estación te recogiera un coche de caballos para llevarte hasta tu posada.

No fue un carruaje, sino un taxi el que nos traslada hasta el hotel, más parecido a uno de esos paradores antiguos de España que a un alojamiento en serie tipo NH. Estamos a finales de octubre y cuando pisamos la ciudad ya es de noche, con un frío que corta la cara. Nos recomiendan ir a cenar antes de las nueve porque si no podría ser misión imposible. Así que nos metemos de llenos en el centro histórico de Brujas, siguiendo la torre de la plaza del Mercado como referencia.

Las calles adoquinadas están desiertas. Todo parece misterioso a la luz de las farolas que se reflejan en la humedad de las piedras. Aquí todos los caminos llevan a la plaza principal, no hay pérdida. Una larga callejuela nos introduce de pronto en el núcleo central de Brujas, una plaza que te transporta siglos atrás. Es un viaje en el tiempo que te deja asombrado. Todo ayuda a crear un ambiente de historia, de vuelta atrás. Cenamos en la terraza de uno de los muchos restaurantes guarecidos en los laterales de la plaza, con buenos calefactores y protegidos por toldos.

El paseo nocturno por Brujas nos lleva a un recodo del canal donde se juntan viejas viviendas, la torre de una iglesia, un puente de piedra y un cisne que surge de la nada y se desliza por el agua con solemnidad. ¿Será auténtico? Parece tan mágica la escena que cuesta creer que todo sea verdad y no un decorado de cartón como los que nos rodean en todas partes hoy en día. Pero es real. El cisne, con toda la elegancia del mundo, y con su imagen reflejada en las aguas iluminadas por las luces de las farolas, pasea por su canal ajeno a nuestras miradas absortas.

Es la tercera vez que visito Brujas. La primera hace tanto tiempo que mis recuerdos se reducen a pequeñas anécdotas propias de la adolescencia. La segunda fue un viaje inolvidable, eso sí, junto a un grupo de amigos. Acabé en un pequeño parque con sauces llorones junto a un río de cuento. La tercera he visto Brujas de noche por primera vez y me he prometido volver. 

(Quizás te interesa también: Gante, un viaje a la Edad Media)

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