Un madrileño en Australia

Brisbane, 17 de noviembre de 2014
"Es algo muy simple. Todo lo que tiene forma desaparece antes o después. Sin embargo, hay un tipo de sentimientos que permanecen para siempre"

Haruki Murakami, en "Al sur de la frontera, al oeste del sol"
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Son casi las ocho de la mañana en Brisbane, nueve horas menos en Madrid y doce horas menos en Montevideo. Cuando caiga la tarde emprenderé el viaje de regreso a España, casi 15 horas hasta Dubai primero, y ocho más hasta Madrid, después. Esto está tan lejos que parece otro mundo, imaginario y feliz, ajeno a los problemas y las tensiones que acechan al que conozco mejor.

Lo primero que notas al llegar a esta ciudad australiana es que la gente parece feliz. No sé si lo es realmente, pero lo parece y lo transmite. Todo son sonrisas, buenas palabras, mejores gestos, amabilidad. Lo que se llama buen rollo, por resumir. El tiempo, además, acompaña. Un sol espléndido, de verano austral, nos acompaña los días que estamos aquí, con temperaturas que llegan a 40 grados en pleno mes de noviembre.

Te sientes bien en Brisbane y sobre todo te tratan bien. Sus habitantes parecen vivir en una burbuja de felicidad a miles y miles de kilómetros de la estresante vida occidental, de las guerras, del terrorismo yihadista enloquecido, de la política envilecida de nuestros países. Aquí se dedican a mejorar su calidad de vida, y se nota, se percibe. Dedican todas sus energías a ello. Es una ciudad hecha para vivir muy bien, pensada para la felicidad de los humanos, que debe ser el objetivo último de cualquier político, de cualquier sistema y de cualquier Estado.

En este oasis de paz y bienestar se ha celebrado una cumbre internacional, la del G-20. Los grandes líderes estelares planetarios, como diría aquella, los Obama, Putin, Merkel, Hollande, Cameron, Jinping, han aterrizado en este mundo para traer sus problemas, sus tensiones, sus políticas enloquecidas, y el alcalde de Brisbane ha hecho lo mejor por sus vecinos: ha declarado festivo el viernes, para que padezcan lo menos posible los engorros que iban a producirse.

Ahora que ya es lunes se han ido todos los "invasores", o casi todos, y la paz ha vuelto a  Brisbane y su río imponente, poderoso, que abraza a su ciudad varias veces con meandros que se retuercen entre los nuevos rascacielos, los barrios residenciales y los parques de las riberas, donde te echarías una siesta y no te levantarías hasta el día siguiente, sin que nadie ni nada te molestase ni interrumpiera tu descanso.

El otro día llevaron a la cumbre de los poderosos un koala hembra, Jimbelung, de dos años. Parecía un osito de peluche, suave, mimoso, tímido, asustadizo y propenso a estresarse con mucha facilidad. Este animal, que duerme entre 18 y 19 horas al día, solo podría sobrevivir en una tierra como esta, donde no se conoce el estrés y donde todos se tratan entre sí como si fueran realmente koalas, pequeños peluches pacíficos y tranquilones. 

En unas horas estaré de vuelta en Madrid, tierra castellana áspera y dura, poco dada al peluchismo, que mira la vida con espíritu abierto y que nunca tuvo vocación de oasis en medio de un mundo convulso, sino de ser protagonista en él con su cultura, su historia y sus gentes. Realmente, es otro mundo.

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