Una maleta a punto de estallar

Aterrizando en Sao Paulo, 24 de abril de 2017


La maleta ha estallado por una de sus costuras. Es inevitable si se pretende meter ropa para una semana en un bulto de mano. Al final, tanta presión acaba por hacer saltar algún punto, aunque nunca sabes cuál será. Así se queda, y así haremos nuestro viaje.

Y yo me siento como una maleta a punto de reventar. Cruzar el Atlántico ya de noche tiene un no sé qué de melancolía que me presiona, y tengo la sensación de que explotaré por algún lado. Pero así me quedo, y así me voy al aeropuerto en unos minutos.

Este anochecer está cargado de cierta tristeza, como si el viaje que estoy a un rato de emprender supusiera un punto y aparte, o el final de un capítulo, o quizás de toda una parte. Atravesar el océano siempre tiene algo de épico, de aventura, de incertidumbre, que te hace un nudo en el estómago y te impide la concentración.

Ojalá pudiera despedirme de una persona especial en mi vida. Ojalá echara de menos su presencia durante este viaje, y ojalá me echara de menos a mí. La melancolía en esta caída de la noche es mala compañera. Solo me queda bajar las persianas, respirar profundo y esperar que esta presión-opresión que amenaza con hacerme estallar como mi pobre maleta desaparezca en cuanto vea a mis compañeros de fatigas y nos echemos unas risas mientras esperamos el embarque, en un presente eterno, sin pasado y sin mirar más allá de un viaje que nos hará inseparables por unos días.




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