Viajar hasta sentirse lejos

Brasilia, abril de 2017

Viajar. Poner kilómetros, miles de kilómetros, de por medio. Todo un océano. Otro continente. Otra lengua. Llegar a Brasil y sentir que empiezas algo de nuevo. Una ciudad, Brasilia, por descubrir. La mente, despejada. Rodeado de compañeros, sin compromisos. Sin más lazos que los profesionales y los propios de la camaradería. Ni yo te conozco más de la cuenta, ni tú me conoces a mí. Y quiero que todo se quede ahí. Sin más. Compartir comida, caipirinhas, hotel, trabajo y horas. Cuando compartes tiempo, mucho tiempo, y encima seguido, esos lazos se estrechan. Sin más. El universo, ficticio, se reduce y se forma en ese espacio, en ese momento con esas personas. Y la mente se amolda en seguida, se adapta a ese teatro creado de la nada. Todos a actuar. Cada personaje con su papel bien aprendido. Hasta que baje el telón de este nuevo viaje.

Sí, me siento lejos. A unos ocho mil kilómetros de distancia física en línea recta. Miro ese trocito de mapa, minúsculo, que es mi país, mi tierra, mi casa. ¿Cómo puede haber tantos problemas reconcentrados en un lugar tan pequeño? Y pienso que me gustaría viajar siempre, sin parar, y sentirme a todas horas lejos, muy lejos.


Catedral de Brasilia, abril de 2017


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