Desde Madrid


Ya estoy aquí otra vez. Ignoro si alguien lee este blog, aunque solo sea por aquellas casualidades, o cálculos, de Google. Un día buscas en tu ordenador incienso en el Rastro y acabas en mi blog sin saber cómo. Cosas de internet, que son las que, quizás, han hecho que haya tenido algo más de tres mil visitas hasta ahora. La mayoría, mías, para ser sinceros.

El puñado de entradas al blog que no me pertenecen han debido de rebotar como una pelota en el frontón. Chocan contra este muro y salen con más fuerza todavía, sin dejar siquiera un comentario. El único comentario que poseo, y que guardo como un tesoro al que miro de vez en cuando con avaricia, lo escribí yo mismo hace meses.

Y después de este strip-tease de sinceridad sobrevenida, envío un saludo a los pocos lectores que, ya sea por la magia de Google o por cualquier otro motivo que se me escapa, han acabado aquí. Si encima están leyendo estas líneas, en el tercer párrafo de una entrada de pésimo contenido, merecerán un homenaje de mi parte.

Seguiré escribiendo sobre mis experiencias, mis sueños, sobre lo que veo, lo que pienso y lo que siento.  Seguiré escribiendo sobre ti, sobre nosotros, mis recuerdos, nuestros recuerdos y nuestros anhelos incumplidos. Es un blog que está abierto a todo el mundo, aunque no lo difunda en ningún sitio. Prefiero que tenga cierto halo de misterio.

La foto de arriba, por cierto, la hice una mañana de primeros de septiembre en Madrid, mi querido Madrid. Me gusta mi ciudad, y este verano no me he separado de ella ni un día, y eso, creedme, une más todavía. Hemos sido como dos presos que hemos compartido condena en el insoportable verano de la Meseta. Hemos aguantado juntos nuestro pesar, y eso acaba creando complicidades.

Yo no sería el mismo sin Madrid, fuera de mi Madrid. Evidentemente, no puedo decir viceversa, aunque quedaría bastante bonito. Madrid me inspira, Madrid me llena y la noche de Madrid, me da vida. Solo me falta aquella mirada, aquella sonrisa y aquellas palabras que ya no he vuelto a oír en susurros y que vuelven a mi mente cuando mi férrea defensa se toma un descanso. Entonces, en esos momentos de flojera, cuando siento una punzada en el corazón, miro hacia arriba, hacia el cielo de Madrid, y pienso que me gustaría volar para dejar atrás esos recuerdos que se han quedado a vivir conmigo como un huésped al que se le pasó para siempre el día de partida.

Y si no vuelo, si no me marcho lejos y borro de una vez esos recuerdos que me asaltan y me oprimen tanto tiempo después, es por Madrid.





Comentarios

Entradas populares de este blog

Así está el Pontón de la Oliva

Ouija en la casa abandonada (I)

Imágenes del río Jarama desbordado