Madrid, la Batalla del Congreso


En el Congreso, los diputados debatían si hay que recortar los sueldos a los cargos públicos en España. Una iniciativa al calor de la demagogia y el populismo del momento, que rechazó la mayoría. Seguía la discusión con algo de hastío, cansado de escuchar argumentos de corto vuelo en un momento en que me gustaría que surgiera un líder en el Parlamento al que admirar, con ideas e ilusión para sacar a España de este agujero.

En esas estaba cuando decidí salir a la Plaza de las Cortes, para ver cómo andaba la cosa. Se había convocado una manifestación contra el Congreso. "Tomemos el Congreso", decían los convocantes en un principio. Por la mañana todo estaba tranquilo, aunque la Policía había tomado literalmente el centro de Madrid.

Fue salir al exterior, ya por la tarde, y escuchar un rumor ronco de gentío alborotado. La tranquilidad se había esfumado en pocas horas. Miré hacia la Plaza de Neptuno y me quedé pasmado. Miles de personas se habían concentrado con el propósito evidente y declarado de avanzar hacia el Congreso. Solo el tapón formado por la Policía impedía que la masa avanzara y asaltara la casa de la soberanía popular. Qué ironía, el pueblo (o parte del pueblo) contra la casa del pueblo.

Me acerqué y el rumor se hizo más bronco, como el ruido del mar violento que choca contra las rocas sin pausa. La Carrera de San Jerónimo estaba tomada por furgones policiales, Policía montada, agentes con perros, decenas, centenares de antidisturbios y vallas, muchas vallas para frenar la presión humana. Vallas con cadenas para impedir su separación.

25 de septiembre de 2012. Seis de la tarde, en Madrid. La crisis asfixia a España, a los españoles. Miro a esas miles de personas que se lanzan a la calle hartos de todo, de la situación, de la crisis, de Europa, de Merkel, del Gobierno, de la oposición, de los políticos... No son la mayoría de los españoles, pero son la voz de muchos indignados. Y entonces me olvido de su intención de "tomar" el Congreso y pienso que los entiendo. Por un momento me siento orgulloso de vivir en un país donde se puede salir a la calle y protestar contra una situación insoportable. 

En esas cavilaciones, un tanto ingenuas, estaba cuando una parte de los manifestantes empezaron a dar muestras de que estaban allí para montarla. Empezaron a zarandear las vallas, intentaron tumbarlas a patadas, trataron de trepar para pasar al otro lado, mientras muchos lanzaban todo tipo de objetos contra la policía. Estaba claro que la mayoría, más pacífica, no participaba en aquel ataque violento.

La Policía actuó cuando se abrieron las primeras grietas en la "defensa". Los antidisturbios pasaron al otro lado de las vallas, desde el Museo Thyssen al Hotel Palace, y formaron otra barrera de seguridad, en contacto ya con los manifestantes. Las provocaciones contra la Policía crecieron y llegaron las primeras cargas. A partir de ahí, el caos. Estaba en juego la defensa del Congreso, y la Policía lo defendió como ha aprendido a hacerlo.

Me volví cabizbajo al Palacio de las Cortes. "Pobre España", pensé. "No nos lo merecemos". Ya en la Puerta de los Leones, custodiados por más policías, miré hacia abajo. ¿Y si llegan hasta aquí, qué habrían hecho? Imaginé una escena dantesca, con miles de objetos y piedras lanzados contra la fachada del Congreso, centenares, miles de personas presionando para entrar al interior, hasta que lo consiguen, diputados despavoridos, algún herido, disparos al aire y no tan alto, y en la Mesa de la Cámara, el lugar más sagrado de este templo, la bandera de España por lo suelos, sustituida por la tricolor. Los antisistema habían ganado. Cambio de capítulo en la historia de España.

Pero la Policía lo impidió. Defendió el Parlamento, y defendió nuestra Constitución. Defendió a España. Y ahora vienen algunos a decir que si había infiltrados entre los manifestantes (¿se han caído del guindo?) y si se han excedido en el uso de la fuerza. Qué país.

Qué país.





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