Hojas caídas

Retiro, finales de noviembre


-No tienes que quererme, Walter. Puedo quererte solo yo. ¿De acuerdo? No puedes impedirme que te quiera.

"Libertad", Jonathan Franzen

El Retiro es otoño en estado puro. El día ha amanecido gris, triste, como un atardecer sin puesta de sol. Los caminos que el domingo anterior estaban rebosantes de niños, familias y artistas callejeros con más o menos talento están ahora casi vacíos. Hombres solitarios, mujeres de dos en dos, o de tres en tres, haciendo su paseo diario, parados sin nada mejor que hacer, abuelos disfrutando de otro día que no piensan dejar escapar... Todos forman la reducida fauna humana que se adentra en el parque de Madrid en una heladora mañana de noviembre.

El estanque produce escalofríos. Lo miras y te sientes congelado. Hoy me acerco por detrás, por ese Paseo de Chile que lleva a la retaguardia del monumento escultórico de Alfonso XII, y que es tan diferente del Paseo del Estanque. En este abundan las familias y el buen rollo en general; en el otro predominan personajes de aparente malvivir, ociosos alternativos y marginados que buscan compañía entre ellos.

Desde el monumento del Rey te sientes observador de esa vida bien y feliz que se respira al otro lado del estanque. Hay una pareja de osados enamorados que se besan en una barca en medio del agua, dejándose llevar por la corriente, como si no se decidieran de qué bando están.

El Retiro en noviembre es una alfombra de hojas caídas. Un manto marrón, rojizo, amarillo y verde maduro cubre todos los paseos. Dan unas ganas irreprimibles de caminar sobre él, con las manos en los bolsillos, y sacudiendo cada pocos pasos las hojas amontonadas. Los árboles parecen llorar durante este mes, antípoda del mayo primaveral. Las hojas son como lágrimas, que caen continuas, con parsimonia, sin cesar. Y cada lágrima parece ser un deseo perdido, un sueño que nació, creció, maduró y se perdió entre el viento hasta caer al suelo junto a otros muchos más que siguieron la misma suerte.


En el camino reposan miles de sueños rotos, perdidos. Pero el árbol sigue en pie. El ciclo continúa y las hojas volverán a nacer en esas ramas que parecen huesos pelados, pero que mantienen la savia y la esperanza viva en su interior. 








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