Gordo de Navidad

Parque del Buen Retiro, diciembre de 2013
"Ochenta mil seiscieeentoooos cincuenta.."
"Miiiiil eeeeurooos"

Los niños vocean los números de la Lotería de Navidad, con un soniquete cantarín que marca el inicio de las fiestas en España. Esto no hay quien lo pare. Que levante la mano el que no sienta como algo propio este ritual que se repite cada 22 de diciembre. Imagino a esos políticos recalcitrantes cuya tarea en el mundo parece ser complicar la vida a los ciudadanos y jugar a la división, la diferencia y el enfrentamiento. Pues hala, todos a mirar la lotería nacional y a desearse suerte. 

Reconozco que yo sigo el sorteo porque me gusta escucharlo. Ni siquiera verlo, solo escucharlo. Es como oír villancicos en Navidad. Sin ellos no sería lo mismo. Pues en esto igual. Juego poco o nada, pero participo como el que más en uno de los actos que más une a este país en todo el año, seguramente después del fútbol y de Rafa Nadal.

Así que aquí estoy, en el salón de mi casa, escuchando el sonido de las bolas rodando dentro de las cestas enormes, y el canto de los niños cuando las leen. Ahora uno de ellos se ha parado mientras daba varias vueltas a su bola, como tratando de descifrar lo que allí ponía: "99609". No es para menos, porque bien podía haber sido "60966". Yo me equivocaba seguro.

Lo más curioso es que habrá alguien ahora mismo que quizás esté como yo, con el café en la mano, canturreando el villancico clásico de este día ("miiil eeeeurooos") y de pronto pegará un respingo porque le sonará el número que acaban de cantar. Correrá a por su décimo y con las manos temblorosas comprobará que los dígitos coinciden y que en un minuto le ha cambiado la vida. Afortunados... haberlos haylos, pero ellos aún no lo saben...

Acaba de caer el segundo premio: ahora mismo habrá alguien por España que esté dando un salto de alegría. Pero atención... "¡Hay premio en el salón!", dicen en la televisión. También es casualidad. Ahí sale el afortunado, uno de Tenerife con gorro de Papá Noel, que muestra su número de la suerte en el móvil. 6.250 euros por cada euro jugado, explican en la tele. El hombre se va de la sala como en una nube, rodeado de periodistas. Efectivamente, haberlos haylos.

Lo dicho, en un minuto, o en diez segundos, acaba de cambiarle la vida, los planes, las expectativas de futuro. Adiós a buena parte de los problemas, al menos los que tengan que ver con el dinero. "Vamos a pagar la hipoteca", explica la novia, con otro gorro de Papá Noel, en cuanto le ponen el micrófono delante. Luego se lo piensa: "Tengo muchas ganas de ir a Praga, supongo que podremos viajar allí", comenta mientras su imaginación se revoluciona sobre la marcha.

Un cambio de vida pendiente de una bola, de un número, de unos niños que canturrean. Seamos realistas y pensemos que cuando acabe el sorteo seguiremos como estábamos. Con las mismas ganas, o desganas. Los mismos sentimientos. El mismo corazón. Y con esos bártulos llegaremos al año que viene, a otra cita con el Gordo de Navidad y con ilusiones y proyectos renovados. Buena suerte a todos... durante todo el año. Y sobre todo, ¡salud!



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