Ouija en la casa abandonada (y III)

Casa abandonada junto al pantano del Atazar, febrero de 2014
// Puedes leer aquí las dos primeras partes del relato:
- Ouija en la casa abandonada (I)
- Ouija en la casa abandonada (II)  //

Continuación...

Por la ventana abierta entró un frío inesperado que parecía proceder del pantano. Las pisadas que habían escuchado se pararon justo al llegar a la puerta, o lo que quedaba de ella, de la casa abandonada. Todos se miraron con cara de terror y apretaron sus manos, esperando que en cualquier momento apareciera ante ellos algo sobrenatural. Durante unos instantes contuvieron el aliento. El silencio era absoluto, solo roto por el viento que golpeaba las paredes de piedra de la casa.

Fue como un rugido. Un aliento helado entró con fuerza por la puerta de la sala donde estaban y barrió el tablero de la ouija. Las velas se apagaron tras temblar con fuerza y Cristina no pudo reprimir un grito.

Claudia se quedó con los ojos cerrados, como si estuviera en trance. La ficha sobre la que todos habían puesto sus manos derechas con suavidad empezó a moverse bruscamente por el tablero, buscando letras y formando palabras cortas. Claudia preguntaba cosas ininteligibles, y la ficha se movía sin pausa. La chica parecía cada vez más nerviosa hasta que soltó un fuerte grito y las lágrimas cubrieron sus ojos ya abiertos. Soltó las manos y se levantó de un salto para salir corriendo de la casa en medio de la oscuridad. Cristina la siguió y Juan recogió rápidamente el tablero y encendió el mechero para guiar a las chicas.

"¡Arranca el coche!", gritó Claudia, mientras Juan no atinaba con los nervios a meter la llave. No quisieron mirar atrás, donde se recortaba la silueta lúgubre de la casa en ruinas junto al pantano. Un fuerte acelerón los sacó de allí rápidamente. Nadie se atrevía a abrir la boca, hasta que por fin la curiosidad de Juan pudo con él: "¿Qué te dijo, Claudia?"

La chica estaba confusa. "Ha sido todo muy rápido. Me asusté y le pedí que se marchara ya a descansar, pero él contestaba siempre que no". "Vete a descansar ya", le decía. "No", era la respuesta en el tablero. "Me dijo que allí sobraba una persona, que quería que se marchara". "¿Quién era?", preguntó Juan extrañado. "Me dijo que tenía que irse esa persona. Eras tú, Juan. Me dijo que te marcharas, que te dijera que te fueras de ahí porque quería quedarse solo con nosotras". Juan no respondió nada, pero notaba cómo se le erizaba el pelo. 

Al llegar a casa de Claudia, escondieron el tablero debajo de la cama de su madre, que ese día estaba fuera, porque nadie quería tenerlo cerca. 

Al día siguiente, mientras tomaban un refresco en el jardín de la casa al anochecer, su madre, que había vuelto esa mañana de viaje, les preguntó: "¿Quién más ha venido con vosotros?" "Nadie, mamá, estamos los tres solos?" "Pero si he visto a un chico salir de mi habitación...", explicó la madre. Añadió que apenas le dio tiempo a verlo, y menos a hablar con él, porque salía con rapidez de su habitación y estaba de espaldas. "En un segundo le perdí de vista", comentó extrañada.

Claudia, que estaba al borde de la histeria, le contó toda la historia a su madre. Unos minutos después, el tablero de la ouija ardía en una hoguera improvisada en un descampado cerca de su casa. Nunca más volvieron a "jugar" con el más allá. Pero jamás olvidaron el mensaje que les había dado el chico desde el otro mundo.




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