Volver a Berlín

Candados en un puente de Berlín, febrero de 2013

En Berlín hace un frío que pela y en cuanto anochece empieza a nevar. Desde el interior de uno de los muchísimos cafés que hay en la ciudad se crea un ambiente especialmente acogedor, a media luz, con una temperatura agradable, mientras fuera caen los copos en absoluta paz. Lo bueno de las ciudades europeas que sufren este frío helador es que saben tener lugares agradables donde recogerse y sentirse a salvo. El tiempo pasa despacio, sin ganas de salir afuera, mientras las cervezas van cayendo una detrás de otra, y entre medias tomas una de esas salchichas especialidad de la casa.

En Berlín se está bien porque se ve el frío desde la barrera. Siempre tienes un café a mano para guarecerte, un rinconcito que parece diseñado para sentirte como en casa, en compañía de los tuyos. Pero también se disfruta del paseo helado por sus avenidas porque sabes que en cualquier momento puedes echarte a un lado y calentarte las manos. 

El primer paseo por Berlín impresiona. Es una ciudad que se mueve entre el siglo XXI y una historia demasiado reciente que se deja notar por todas partes. Solo unas décadas antes uno de los mayores tiranos de la historia de la humanidad ideaba su holocausto desde ese mismo lugar. Ahí fue la quema de libros, allá queda parte del Muro que partió el corazón de la ciudad, más allá está el puesto de control y el lugar donde murió un joven que cayó en tierra de nadie, la puerta de Brandenburgo es el corazón de la ciudad, testigo de lo peor y lo mejor del ser humano, un poco más allá está el impresionante monumento al Holocausto...

El "Holocaust Denkmal", monumento a los judíos asesinados en Europa, te deja directamente sin habla. Fuimos por la noche. Te advierten de que está prohibido hablar y fumar, por respeto y para no romper el silencio sobrecogedor del lugar. Cuando te acercas lo que ves se asemeja a un cementerio con centenares de tumbas. Cuando llegas te introduces en pasadizos larguísimos que bajan y suben de nivel, de manera que las "losas" a veces quedan muy por encima de ti y te sientes absolutamente perdido, como en un laberinto, y solo ves la luz a decenas de metros, al final de ese túnel de "tumbas".

Me van a perdonar en Madrid, pero eso es un monumento y no lo que han hecho en la estación de Atocha con las víctimas del 11-M. Soy madrileño por los cuatro costados, me gusta mi ciudad, pero lo que han construido en esa plaza es una vergüenza. Por el contrario, el monumento de Berlín te pone la piel de gallina en cuanto lo ves.

Veo en wikipedia que fue diseñado por el arquitecto Peter Eiseman y por el ingeniero Buro Happold. Se trata de un campo inclinado de 19.000 metros cuadrados, con 2.711 losas de hormigón. Estas losas tienen unas dimensiones de 2,38 m de largo y 0,95 de ancho, y varían en cuanto a su altura, desde los 0,2 m a los 4,8 m. Las losas están diseñadas para producir una sensación incómoda y confusa.

Un paseo por la "Unter den Linden", desde la Puerta de Brandenburgo hasta la isla de los museos, es un recorrido por la historia. Es una avenida con un capítulo histórico en cada esquina, donde es fácil imaginarse el escenario de guerra y tiranía unas décadas antes, y donde ahora apetece caminar en silencio, con alguna parada en algún café o en una de las muchas librerías que hay, repletas de libros sobre Hitler y el nazismo.

A Berlín hay que volver siempre. Es una ciudad para conocer a fondo, para recorrerla a pie, para entrar en sus cafés y restaurantes, en sus librerías, en sus museos, en sus tiendas, para visitar sus barrios y sus parques. Y para volver a tocar ese muro que fue la vergüenza de Europa y del mundo, y que un día cayó para devolver la dignidad a todos. 


Muro de Berlín, febrero de 2013

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