Turbulencias sobre el Atlántico

Panamá, Playa Bonita. Amanecer del 17 de octubre de 2013

En este momento estoy sobre el Océano Atlántico, rumbo a Panamá. Es la tercera vez este año que cruzo el charco. Son más de diez horas de vuelo, no demasiadas si se tiene un buen libro entre manos. Yo lo tengo: "Tu rostro mañana", de Javier Marías. Es verdad que el iPad tambien ayuda, y mucho. En realidad ya somos inseparables. No sin mi iPad...

Hay turbulencias una y otra vez y nos piden que nos quedemos en nuestros asientos con los cinturones de seguridad abrochados. No será para tanto... Pero obedezco y mi cabeza se pone a funcionar... Aparecen otro tipo de turbulencias, y estas sí que son para abrocharse bien el cinturón.

Hojeo una revista de viajes, de casas rurales, y me veo en una de ellas, un otoño no tan lejano, feliz, en nuestro pequeño mundo compartido para siempre jamás. Un pueblo perdido en el centro de España, en un frío invierno, después de una consistente cena castellana y una vuelta por calles desiertas, oscuras y heladas que hacían más apetecible llegar al refugio...

Paso página en la revista y me cuentan cuáles son las mejores playas del Mediterráneo. Imposible no pensar en aquel hotelito a pie de playa durante un fin de semana inolvidable, en aquella playa, aquel rincón de la costa, aquel mar, aquellos restaurantes... El sabor a tierra valenciana... Las puestas de sol... El claro de luna... La cervecita junto a las olas... La paella y la sangría... El tiempo a veces parece detenerse y sin embargo vuela. Voló y se esfumó. Dejó solo el recuerdo que sin previo aviso te atraviesa el estómago como una espada.

En el avión son las 16.50 (hora local de Madrid, siete horas menos en la de destino) y llevamos cuatro horas de vuelo, con más de seis por delante todavía, así que las azafatas deciden que es hora de dormir, apagan las luces y bajan las persianas sin preguntar. Y enciman te obligan a permanecer quieto en tu asiento, con el cinturón bien abrochado por unas tímidas turbulencias que balancean el avión de una forma que resulta incluso agradable. No hay escapatoria en estas circunstancias cuando la cabeza se pone a dar vueltas y los recuerdos te asaltan a tropel, y solo me queda encender mi lucecita y escribir, mientras escucho algo de música. Volver a empezar, canta Pablo Alborán de forma oportuna, volver a empezar contigo o sin ti.

En la revista de Iberia recomiendan una isla para regresar no una vez, sino siempre: Lanzarote. Miro las imágenes de aquel paraíso y directamente me veo en las carreteras de la isla de fuego, en sus pueblos, en sus playas de ceniza y lava, en aquel verano de tranquilidad y felicidad, cuando el mayor problema era perderse en una ciudad como Arrecife y no saber cómo salir de ella. Problemas puntuales, aquí y ahora, que siempre siempre tenían solución y como mucho ponían un matiz a un día perfecto.

Decido zambullirme en la novela para no recrearme en un tiempo que ya solo forma parte de mi historia. Y entonces leo a Javier Marías decir que "no tiene ningún sentido que se pase del todo a la casi nada, cuando nunca dejamos de recordar y en lo fundamental somos los mismos. Todo es ridículo y subjetivo hasta extremos insoportables".

Sigo leyendo unas páginas después: "Todos buscamos sustitutos cuando se nos crea un vacío y los encontramos más pronto o más tarde, o acabamos por conformarnos y en la conformidad se vive cómodo y ya no se quiere introducir ninguna cambio, ni siquiera para que lo perdido vuelva". "Quién sabe quién nos sustituye, sólo sabemos que se nos sustituye siempre, en todas las ocasiones y en todas las circunstancias y en cualquier desempeño, sin que importen el vacío o la huella que creyéramos haber dejado o dejáramos en efecto". Cierro el libro, y los ojos, derrotado por el ambiente artificial de sueño que la tripulación de vuelo ha creado a mi alrededor.

"Señoras y señores pasajeros, estamos atravesando una zona de turbulencias. Regresen a sus asientos y hagan uso de sus cinturones de seguridad".

Comentarios

Entradas populares de este blog

Así está el Pontón de la Oliva

Ouija en la casa abandonada (I)

Imágenes del río Jarama desbordado