Un día en el cielo

Llegando a Madrid desde Frankfurt, atardecer del 4 de octubre de 2013
A las cinco de la mañana suena el despertador en un hotel de Tokio. La noche había sido corta (apenas tres horas de sueño) tras cenar en uno de los restaurantes típicos de la capital japonesa. La ciudad vibra de noche y de día, y cada calle, cada esquina, cada local abierto se te presenta como un nuevo mundo que quieres descubrir. Imposible abarcar esta jungla en tres días de trabajo, y ni siquiera en tres semanas. 

Con puntualidad nipona (rigurosa, educada, amable), llaman a la puerta para traer un café y unos cruasanes (horrible traducción de la palabra francesa, lo sé, pero está admitida por la Real Academia). A las seis, un autobús nos lleva al aeropuerto de Narita, a una hora de la capital. Tokio es una ciudad inacabable y se confunde con sus vecinas sin pausa. Tan desordenada como viva, es sencillamente espectacular en todos los sentidos, pero sobre todo a ras de suelo. Tiene rascacielos, pero no necesita un "skyline" impresionante para ser admirada. Su atractivo está en la calle, en los comercios, en los misterios que se adivinan detrás de cada puerta, en la vida y energía que se desprende de cada edificio. Hay barrios que parece llamarte a gritos para que los patees. 

Todo eso va quedando atrás, mientras desde la ventana del autobús veo un gigante que te hace sentirte casi insignificante, y que me trae a la menta el recuerdo de mi Madrid, mi "pequeño" Madrid tan acogedor y entrañable, en comparación con este monstruo. Bueno, la distancia idealiza algunas cosas, eso es cierto...

El avión que nos llevará desde Tokio a Frankfurt (más de 11 horas de vuelo) es otro gigante, pero esta vez en el cielo. El avión más grande del mundo, dicen, y yo observo por la ventanilla sus motores, sus alas, su cabina y no puedo dejar de preguntarme cómo es posible que eso pueda volar y no precipitarse al suelo al menor intento. Mejor echar una cabezadita y olvidar...

Pero despierto en seguida con el primer "snack"... En este tipo de aviones te ceban en cuanto te sientas, y eso que voy en clase turista. Todo es comida, bebida, una detrás de otra. El "chicken" es un clásico y en este caso la alternativa es comida japonesa, pescado crudo y demás. Prefiero no arriesgar.

Desde la ventanilla miro cómo atravesamos Japón y dejamos atrás su costa para dirigirnos hacia China. En el mapa de vuelo parece (digo parece porque no tengo la certeza absoluta y no se ven los nombres de los países) que pasamos por Mongolia, luego Siberia y de ahí a Europa rozando casi, casi el Polo norte... Apenas se ve el mar en todo el trayecto una vez dejado atrás Japón. Son tierras desconocidas, lejanas, legendarias, que están ahí abajo, a unos 11.000 metros. Otras vidas, otras culturas y civilizaciones, a solo unas horas de mi casa...

Siempre me ocurre cuando veo la tierra desde el cielo, y más en viajes tan largos como éste. Pienso en las guerras que hay ahí abajo, en los conflictos, en las disputas territoriales, en los problemas que nos crean los políticos, y me imagino a los hombres como seres diminutos, un tanto ridículos, desperdiciando su vida, echando a perder este planeta único, por problemas que desde la altura se ven absurdos.

Después de hacer escala en Frankfurt (hay siete horas menos que en Tokio), de nuevo embarcamos, ahora rumbo a Madrid. Esta vez el avión es más pequeño y no va lleno. Nuestra capital sigue sin tener el atractivo suficiente en el exterior como para llenar el avión un viernes por la tarde desde esta ciudad alemana que recibe vuelos de todo el mundo.

A las ocho de la tarde (tres de la mañana del día siguiente), el avión inicia su descenso hacia Madrid, después de haber tomado otra cena. Han pasado 23 horas desde que sonó el despertador, llevo casi un día volando por el mundo, y ya no sé cuántas veces he comido y cenado hoy... 

España... El descenso coincide con la puesta de sol, un sol rojo, ardiente, entre nubes rasgadas que va dejando la tierra, mi tierra, entre sombras y medias luces. Vuelvo a mi casa, a mi ciudad, a mi paisaje, a mi país, a mi gente... Cuánto más lejos estoy, más me siento parte de ellos.

Aeropuerto de Narita (Tokio), esperando el embarque en el avión que nos llevará a Frankfurt

El avión deja atrás la costa de Japón y se dirige hacia China
El avión procedente de Frankfurt inicia su descenso hacia el aeropuerto de Barajas
Tu sueño y tu recuerdo, ¿quién lo olvida,
Tierra nativa, más mía cuanto más lejana?

("Como quien espera el alba", Luis Cernuda)

Comentarios

Entradas populares de este blog

Así está el Pontón de la Oliva

Ouija en la casa abandonada (I)

Imágenes del río Jarama desbordado