Gante, un viaje a la Edad Media

Gante, 19 de diciembre de 2014
"Habitualmente, vivimos con nuestro ser reducido al mínimo;la mayoría de nuestras facultades permanecen adormecidas, porque descansan en la costumbre, que sabe lo que se debe hacer y no las necesita"

Marcel Proust, "En busca del tiempo perdido"
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El viernes desperté en Bruselas y lo primero que me vino a la cabeza es que tenía todo un día por delante para hacer lo que quisiera. Repasé las posibilidades, descarté la más típica, Brujas, porque estuve un par de meses antes, y me decanté por Gante, como me propuso una buena compañera de fatigas, que vendría conmigo. (Más sobre Gante, aquí)

Tenía un mal recuerdo de esta ciudad flamenca, desde que la visité por primera y única vez hacía unos 25 años. Se dice pronto. Un cuarto de siglo. Lo único que me venía a la cabeza cuando oía su nombre era una ciudad gris, muy aburrida, triste, enormemente triste, sin ningún tipo de encanto, perdida en las brumas lluviosas de Bélgica. Me propuse darle otra oportunidad y volver a verla con ojos renovados, no de adolescente sino de adulto con mucho viaje a mis espaldas. Y en mis piernas.

Desde la Estación Central de Bruselas tomamos un tren que nos llevaba a Gante en solo media hora, por el módico precio de 17,85 euros ida y vuelta. Los trenes belgas se han quedado viejos y están a años luz de los españoles, pero cumplen su cometido. A la hora en punto fijada bajamos en la estación de Gante, sin tener la más remota idea de dónde teníamos que ir y sin ver un solo puesto de información a nuestro alrededor.

Llovía con ganas y vimos un pequeño letrero que indicaba la dirección hacia el centro: 2.200 metros. Allá que fuimos con buen ánimo, pese al mal tiempo. El centro estaba tomado por los mercadillos de Navidad y algún que otro puesto de churros, "Spécialiatés Espagnoles". Por cierto, estos también los hay en Bruselas, con un gran éxito de público, como pude comprobar esa misma noche. Los cucuruchos enormes repletos de churros son todo un éxito en el mercadillo navideño de la capital belga.

La mejor opción para guarecerse de la lluvia es entrar en la catedral de San Bavón, y si encima esta tiene en su interior una joya como la Adoración del Cordero Místico, pues mucho mejor. El retablo es impactante, cada detalle merece un esmero comentario, y puedo asegurar que los escuchamos todos, de todos y cada uno de las 12 tablas del políptico con el teléfono-guía que nos prestaron. Más de una hora después salimos y fuimos a comer en una plaza donde se limpiaban los restos de un mercado reciente. 

Durante la comida se produjo el milagro y salió el sol. Como lo digo. De pronto apareció un rayo, y luego el cielo se despejó. Fue como la ciudad renaciera, como si todos sus encantos medievales saliera a la luz de golpe. Nos lanzamos a la calle con hambre de luz y de tiempo despejado, y en un segundo comprendimos lo que deben sentir todos estos europeos cuando llegan a España en pleno mes de diciembre y se encuentran con un cielo azul potente sobre Madrid, un sol que te quita las penas en un santiamén.

Bajo la luz mortecina de la tarde descubrí un Gante nuevo, jamás imaginado por mí. Una ciudad que conserva encantos medievales y que a poco que te descuides te traslada mentalmente a esa época histórica, entre tinieblas, iglesias de torres en acusada punta y castillos como el de los Condes de Flandes, construido en el siglo XII y con uno de los fosos defensivos más grandes del mundo, que domina la ciudad desde un recodo del río. Caminos de piedra, cascos de caballo, carreras, mujeres cubiertas que pasan rápido junto a los muros de las casas y un río que envuelve la ciudad medieval entre neblinas y misterios. Cuando me doy cuenta ya he viajado varios siglos en el tiempo y mi cabeza busca una posada en el camino para cenar y descansar.

(Quizás te interese también: Noche de Brujas)

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