Soñar en la sierra

Palacio de La Granja, 13 de diciembre de 2014

"No te equivoques. Existe gente que sueña y se queda quieta, y gente que sueña y hace realidad lo que sueña, o lo intenta. Eso es todo... Luego, la vida hace girar su ruleta rusa. Nadie es responsable de nada"

Arturo Pérez Reverte, en "El francotirador paciente"
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No sé para quién escribo ni para qué, pero aquí estoy de nuevo, atraído por el íntimo placer de poner negro sobre blanco lo que me pasa por la cabeza, lo que vivo, a veces lo que pienso, lo que imagino, lo que sueño.

Ayer fui al Real Sitio de La Granja de San Ildefonso. A la ida opté por cruzar el túnel de Guadarrama y luego desviarme hacia Segovia. A la vuelta subí el Puerto de Navacerrada, envuelto en una espesa niebla, fría, fantasmal, sobrecogedora. La vida en la montaña me atrae como la luz de una farola a un mosquito. También el mar. Todo lo que es grande y poderoso en la naturaleza, lo que impone su fuerza sobre el arrogante humano y permanece como testigo del paso del tiempo, siglo a siglo, milenio a milenio. La misma montaña, el mismo mar, las mismas olas, la misma fuerza, el mismo poder sobrehumano...

La Granja es uno de esos lugares a los que siempre quiero volver. Mañana mismo si pudiera. Una vez allí me entran ganas de comprarme una casa y quedarme a vivir de manera rústica, entre olores a leña quemada, junto a ese paisaje que te habla de la historia, de mi país, de mi tierra. Imagino una vida tranquila en ese valle junto a la gran sierra de Madrid y Segovia, dedicado, por ejemplo, a regentar una pequeña librería en el pueblo, esperando horas y horas a que entre un cliente sin ningún estrés, mientras leo un libro detrás de otro, y poso, cada poco, mi vista en las cumbres nevadas.

Dejo libre mi pensamiento y vuelo hasta ahí. Un día de bicicleta, caminatas, excursiones, comida de sierra y noches junto a la chimenea. Ese ruido que me atosiga ahora quedaría al otro lado de la montaña, como un murmullo absurdo e irracional.

Camino hacia la parte alta de los jardines del Palacio de La Granja. Es temprano y la masa madrileña aún no ha llegado: nunca madruga, llega en bloque, ocupa los restaurantes, da un paseo y vuelve a marcharse. Así sábado a sábado, domingo a domingo. A esta primera hora de la mañana los caminos están desiertos, húmedos, con ese aspecto melancólico del otoño que ya deja paso al invierno, con un cielo gris que parece a punto de empezar a llorar. Mi mente, que camina sola, empieza a soñar y a soñar...

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