Platero cumple cien años

Campo de Uceda, en el verano de 2012

Se me escapa el día. Faltan apenas 12 minutos para que acabe este 12 de diciembre de 2014, el tiempo justo y necesario para recordar un libro que me marcó en la adolescencia recién estrenada, y que siempre he tenido en mi memoria desde entonces. Nunca lo volví a leer, quizás por miedo a no sentir lo que me produjo la primera vez. Fue la entrada al mundo de los adultos a través de estas páginas de Platero y yo, que hoy cumple cien años, lo que me dejó huella y me introdujo de forma definitiva en el universo de la lectura.

En esos primeros años juveniles, casi infantiles, hubo tres libros que me impactaron para siempre: El misterio de la isla de Tökland, El señor de los anillos y Platero y yo

El primero de ellos fue el descubrimiento de otras vidas y lugares lejanos llenos de misterios, que estaban ahí para que yo los descubriera a través de la lectura. El segundo lo leí con 16 años y supuso un terremoto dentro de mí. Fue una fascinación absoluta, una droga que me duró un verano y que me hizo partícipe de una epopeya que explotó en mi imaginación. Y el tercero fue una puerta abierta a la vida hecha poesía, al campo como hogar, a las cosas simples como secreto de la felicidad.

"Platero y yo" está aquí, a mi lado. Vuelvo a leer sus primeras líneas, "Platero es pequeño, peludo, suave..." y vuelvo a transportarme a los años de mi primera adolescencia, cuando la vida es una aventura demasiado grande que no sabes por dónde empezar a abarcarla. Y de pronto descubres un pequeño burro que te señala un camino sencillo y natural. El camino de la paz interior y la felicidad.

Tengo el libro en mi mano. Huele a viejo, a papel rancio. Está firmado por mi hermana mayor en el año 1981-82. Luego lo heredaría yo, y ya no lo solté. Lo abro al azar para leer tan solo un párrafo, para beber apenas un sorbo, que me hace sentir todo su sabor y retrotraerme a esa primera juventud en la que la vida reside más en los sueños que en la realidad.

"Parece, Platero, mientras suena el Angelus, que esta vida nuestra pierde su fuerza cotidiana, y que otra fuerza de adentro, más altiva, más constante y más pura,  hace que todo, como en surtidores de gracia, suba a las estrellas, que se encienden ya entre las rosas... Más rosas... Tus ojos, que tú no ves, Platero, y que alzas mansamente al cielo, son dos bellas rosas".

Juan Ramón Jiménez, en "Platero y yo"
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